miércoles, 15 de junio de 2011

Procesos familiares relacionados con la conducta antisocial de adolescentes en familias intactas y desestructuradas. Ginesa Torrente Hernandez. José Antonio Ruiz Hernandez.Universidad de Murcia.

Resumen
En los últimos años el número de separaciones y divorcios en España se ha incrementado considerablemente y, por lo tanto, el de familias monoparentales, en su gran mayoría encabezadas por la madre, que es la que suele hacerse cargo de la custodia de los hijos. En este trabajo pretendemos conocer qué procesos familiares están influyendo en la aparición y el desarrollo de la conducta antisocial en la preadolescencia y adolescencia, en dos muestras de sujetos, una de ellas con estructuras familiares intactas y la otra perteneciente a familias desestructuradas encabezadas por la madre. Los resultados indican que las variables relacionadas con el clima familiar aparecen como predictores de la conducta antisocial en familias intactas, pero no en las desestructuradas. Sin embargo, el uso de la reprimenda verbal aparece como predictor en ambos grupos.
Palabras clave: conducta antisocial, adolescencia, estructura familiar.


Abstract
In the last years separations and divorces are rising in Spain and, therefore, the number of one-parent families. In most of cases, the mother is the head of the family because she usually is who has the children custody. The aim of this work is to know the family processes linked to pre-adolescence and adolescence antisocial behaviour, in two samples; one is composed by subjects from intact families and another by subjects from broken homes head by mother. The results show that the variables linked to family climate appear as predictors of antisocial behaviour in intact families. However, the verbal reprimand appears as predictor in both groups.
Key words: Antisocial behaviour, Adolescence, Family structure.

En los últimos años estamos asistiendo a una de las transformaciones más trascendentales que está sufriendo la institución familiar: el incremento del número de separaciones y divorcios y, como consecuencia, del número de familias monoparentales y de las formadas en nuevas nupcias. En España, el número de matrimonios celebrados ha ido disminuyendo progresivamente desde el año 1976: un total de 260.974
frente a la cifra provisional de 210.155 matrimonios que se celebraron en el año 2003 (INE, 2004). Si bien el número de matrimonios ha disminuido, el de separaciones y divorcios se ha incrementado considerablemente en nuestro país. Así, el total de separaciones en España en el año 1998 fue de 39619 y el de divorcios de 25726; mientras que en el año 2002 estas cifras se incrementaron hasta llegar a 54560 separaciones y 30104 divorcios (INE, 2004). Las estadísticas, además, arrojan otras cifras que pueden ser esclarecedoras de las consecuencias de este fenómeno social. Frente a 1099 mujeres encargadas de pagar la pensión alimenticia a sus hijos, eran 39254 los padres encargados de hacerlo en el año 2002 (INE, 2004), lo que confirma el hecho de que las familias monoparentales estén formadas, en la mayoría de los casos, por la madre y los hijos.
Estos cambios en la estructura familiar pueden afectar al desarrollo de los menores, favoreciendo la aparición de problemas de conducta (el más frecuente la conducta antisocial y delictiva), de niveles bajos de competencia y de habilidades sociales, así como un número elevado de problemas en sus relaciones con sus pares y con los miembros de su familia (Hetherington y Anderson, 1997). Restablecer un nuevo equilibrio en el funcionamiento familiar puede necesitar de dos a tres años después de la separación (Hetherington, 1999).

Consecuencias de la desestructuración familiar

La influencia que el cambio en la estructura familiar ejerce sobre la adaptación del niño tiene lugar, principalmente, por las importantes alteraciones que se dan en el funcionamiento del grupo familiar. Entre ellas podemos destacar la ausencia del progenitor no custodio del hogar, con importantes repercusiones tanto a nivel afectivo como económico (McLanahan, 1999), el aumento del estrés emocional y económico de la madre, que suele recibir escaso apoyo social, la percepción de abandono en los hijos, la presencia de conflictos familiares pre y post-divorcio (Lamb, 1997), ya que los conflictos y las peleas no siempre acaban tras el divorcio de los padres, sino que en no pocas ocasiones aumentan, entre otras razones por la custodia de los hijos, los horarios de visitas del progenitor no custodio, el pago de la pensión u otras cuestiones relacionadas con los deberes y los derechos sobre los menores (Hetherington, 1999); Otra de las consecuencias es la alteración de las pautas normativas establecidas, con un incremento de la coerción y la incongruencia, una disminución de interacciones basadas en la comunicación y el afecto y de las habilidades de resolución de problemas (De Garmo y Forgatch, 1999).
Este deterioro del clima familiar generado, en numerosas ocasiones, después de una situación de divorcio y los cambios en el comportamiento manifestado por uno o los dos progenitores son importantes predictores de los problemas de conducta de los hijos (Deater-Deckard y Dunn, 1999).
Específicamente, los niños que conviven en familias desestructuradas encabezadas por la madre suelen presentar más problemas tanto a nivel cognitivo como social, comparados con aquellos que conviven con ambos padres (Aronson y Huston, 2004), los cuales presentan un mayor logro y ajuste educativo (Jafee , Moffit, Caspi y Taylor, 2003). Además, comparados con chicos que crecen con dos padres biológicos, las familias de un solo progenitor tienen más relaciones conflictivas con ellos (Dunn, Deater-Deckard, Pickering y O’Connor, 1998; O’Connor, Dunn, Jenkins, Pickering y Rabash, 2001), reciben menos estimulación cognitiva, apoyo emocional y supervisión y tiene lazos afectivos más pobres con sus padres (McLanahan y Sandefur, 1994; Carlson y Corcoran, 2001).
Otros resultados no han sido tan conclu- yentes. En España, autores como Morgado y González (2001) hallaron que los niños y niñas de padres separados presentaban un desarrollo normalizado, semejante al de los niños que crecían en familias intactas. Fuera de nuestro país, Amato y Keith (1991a y 1991b) después de llevar a cabo un metaaná-lisis llegaron a la conclusión de que, si bien la separación o divorcio se relacionaba con problemas de adaptación en los hijos, esta influencia era pequeña, siendo más importantes otras variables que acompañan este proceso y parecen tener más influencia en la aparición de esos problemas de conducta (Amato y Keith, 1991, Emery y Forehand, 1993). Entre estas variables parece que los efectos de la estructura familiar sobre la conducta de los hijos esta mediado por las relaciones de los hijos con sus padres y del clima familiar (Jaffee, Moffit, Caspi y Taylor, 2003).

Desestructuración familiar y conducta antisocial

Existe una vía de investigación clásica sobre la hipótesis de que los delincuentes procedan de familias desestructuradas. La ausencia de uno o de los dos progenitores parece estar relacionada con la conducta antisocial de niños y adolescentes. Autores como McCord (1986), han señalado que es necesario tomar en consideración el motivo que propició esta desestructuración. Así, parece que los hogares desestructurados por muerte de uno de los progenitores son menos crimonógenos que los rotos por motivos de divorcio o separación, y los más criminógenos de ellos son los hogares rotos por abandono de uno o los dos progenitores (Heck y Walsh, 2000).
Otros autores, como Henry, Moffit, Robins, Earls y Silva (1993), llegaron a la conclusión que la estructura familiar que con más frecuencia se asocia a problemas de conducta es la formada por la madre y el hijo, con una rotación continua en los cuidadores auxiliares como hermanos mayores, abuelos, padres adoptivos o de acogida o compañeros sentimentales de la madre. Junto a este, otro predictor era el tipo de interacción entre madre e hijo y la disciplina incongruente y autoritaria. Simons y Chao (1996), por su parte, compararon dos tipos de estructuras familiares: intactas y monoparentales, encabezadas por la madre. Los resultados, una vez controlado el nivel de satisfacción matrimonial de las familias intactas, indicaron que los menores y jóvenes pertenecientes a familias monoparentales tenían unos niveles significativamente más elevados de conducta antisocial y delictiva que los hijos de familias intactas. Además, esta diferencia era especialmente alta cuando se tenía en cuenta la persistencia de dicha conducta.
Esta mayor incidencia de conducta antisocial en familias desestructuradas es más acentuada al comparar grupos de adolescentes con medidas de autoinforme y procedentes de centros de reforma. En un reciente estudio, el porcentaje de adolescentes en esta situación familiar ascendía a un 76,2% del total de chicos internados mientras que en el caso de los menores seleccionados con autoinforme la cifra establecida era del 15,5% (Torrente, 2002; Torrente y Rodríguez, 2003, Torrente, Rodríguez y Ruiz, 2003).

Una cuestión relacionada con las alteraciones en la estructura familiar, es el cambio que se puede dar en los estilos educativos de los padres divorciados. En general, los estilos educativos puestos en marcha por los padres suelen afectar directamente al grado de adaptación social y personal que desarrollan los adolescentes (Herrera-Gutierrez, Brito, Pérez-López, Martínez-Fuentes y Díaz-Herrero, 2001). Específicamente, en familias desestructuradas, los estudios indican que después del divorcio se producen modificaciones importantes en las prácticas de crianza de los padres, tanto en el custodio como en el no custodio; éstas suelen caracterizarse por la coerción, la irritabilidad, la falta de supervisión, de afecto, de control y de comunicación (Conger, Patterson y Ge, 1995; Simons y Johnson, 1996; De Garmo y Forgatch, 1999). Además, otros resultados indican que las familias monoparentales son las que ejercen menos control sobre los hijos y las que presentan los niveles de cohesión más bajos (Florsheim, Tolan y Gorman-Smi- th, 1998). Características que se relacionan, a su vez, con la aparición de los problemas de conducta en los niños.
Frente a estos estudios, otros (por ejemplo, Casion, 1982; Ensminger, Kellam, Rubin, 1983) concluyen que no hay relación o que la hay muy débil (Wadsworth, 1976; Mednick, Rebzbnick, Hocevar y Backer, 1987, Van Voorhis, Cullen, Mathers y Garner, 1988, ) entre las manifestaciones de conducta delictiva en general y familias monoparentales.

Tomando como parte de partida esta con- troversia nuestro estudio tiene dos objetivos fundamentales, esto es, usando medidas de autoinforme en población normalizada, analizar: 1) si hay diferencias significativas entre los adolescentes que viven en familias intactas y los que viven en familias desestructuradas encabezadas por la madre biológica en diferentes medidas de clima familiar, educación materna y conducta antisocial y 2) establecer cuales de esas variables aparecen como predictoras de la conducta antisocial en ambos tipos de estructura familiar.

Método
Sujetos

La muestra total de sujetos estaba constituida por 660 menores, con edades comprendidas entre los 11 y los 18 años de edad que cursaban estudios de Educación Secundaria Obligatoria (1º-4º) y 1º Bachillerato en tres centros públicos de la Región de Murcia. Seis encuestas no pudieron ser utilizadas por estar incompletas y trece estudiantes fueron excluidos por tener 18 años o más. Así mismo, se excluyeron en esta investigación aquellos sujetos que no cumplieran uno de los dos requisitos siguientes: 1. que ambos padres vivieran juntos y que él conviviera con ambos; ò 2. que sus padres no vivieran juntos y que conviviera con su madre. El número total de sujetos que cumplían la primera condición ascendía a 564 (media edad=14,33; D.T.= 1,51), el 52% eran varones y el 48% mujeres, y los que cumplían la segunda condición sumaron 58 (media edad=14,57; D.T.=1,78), el 51,7% hombres y el 48,3% mujeres.
Respecto al nivel educativo de la madre, en los sujetos que vivían con ambos progenitores el 24,7% no tenía estudios o tenía primarios sin terminar, el 48,5% tenía graduado escolar, el 8,3% F.P., el 11,6% Bachillerato y el 6,8% tenía estudios universitarios. En el caso de los sujetos que vivían sólo con su progenitora aparecía el siguiente perfil: el 26,3% no tenía estudios o tenía primarios sin terminar, el 33,3% graduado escolar, el 17,5% F.P., el 10,5% Bachillerato y el 12,3% tenía estudios universitarios.

Procedimiento

Previa autorización de la Consejería de Educación y Universidades los cuestionarios se aplicaron de forma colectiva en las aulas, durante dos horas consecutivas, en tres centros de Educación Secundaria de la Región de Murcia. A instancias de los directores de los centros se informó a los padres, mediante nota informativa, de la realización del estudio. En todo momento se respetó la voluntariedad y el anonimato de los menores. Así mismo, se respetó el deseo de algunos padres de que su hijo no fuese entrevistado.

Instrumentos utilizados y variables analizadas

Los sujetos eran entrevistados sobre su sexo, edad, nivel educativo de sus padres y estructura familiar. La variable nivel educativo de los padres incluía cinco niveles: a. estudios primarios no finalizados, b. estudios primarios finalizados o graduado escolar, c. formación profesional, d. bachillerato y e. estudios universitarios. La estructura familiar era evaluada por dos cuestiones tus padres viven juntos, con dos categorías de respuesta, SI o No y por una segunda cuestión acerca de con quién convivía el menor, con las siguientes categorías de respuesta, con ambos progenitores, sólo con mi madre, sólo con mi padre, con otro familiar (ver en descripción de la muestra).
El clima familiar fue evaluado por las subescalas de cohesión, conflicto, organización y control de la Escala de Clima Social en la Familia (Moos, Moos y Trickett, 1974, adaptación TEA, 1984), que evalúa las principales características socioambientales de todo tipo de familias. Cada una de estas subescalas está formada por ítems dicotómicos (verdadero-falso). Las subescalas de cohesión y conflicto conforman la escala de relaciones (junto con la de expresividad). La subescala de cohesión evalúa el grado en que los distintos miembros de la familia se apoyan mutuamente. La subescala de conflicto mide el grado en que el conflicto y la agresividad se expresan abiertamente. Las subescalas organización y control conforman la escala de estabilidad, la primera de ellas, organización, mide el grado en que las responsabilidades y actividades familiares se planifican y la subescala de control mide el grado en que se regula normativamente la vida familiar. Estas subescalas presentan suficiente validez y consistencia interna, variando los índices test-retest de 0,86 a 0,76 y los de consistencia interna de 0,78 a 0,67 (TEA, 1984).

Cuestionario sobre los estilos educativos de los padres: utilizamos tres subescalas, referidas sólo a la figura materna, de este cuestionario elaborado por nosotros (Torrente, 2002) que han demostrado tener buenos índices de fiabilidad: a) apoyo, con un índice de fiabilidad de 0,80; compuesta de siete ítems que hacen referencia al grado en que el menor percibe ayuda y apoyo de su madre; b) castigo físico, compuesta por seis ítems, con un índice de fiabilidad de 0,76, sobre manifestaciones de castigo de este tipo sobre los menores, c) reprimenda verbal, con un índice de fiabilidad de 0,56, compuesta por un total de cuatro ítems sobre el uso de riñas de la madre sobre el hijo.
Cuestionario de Conductas Antisociales- Delictivas (TEA, 1988): de este cuestionario utilizamos la Escala de conductas antisociales-A, formada por 20 ítems que hacen referencia a conductas antinormativas llevadas a cabo por menores. En muestras españolas este cuestionario ha mostrado suficiente fiabilidad, con un índice 0,866 en el caso de los chicos y con un 0,86 en el de las chicas (Seisdedos, 1988).

Análisis de datos

En primer lugar, llevamos a cabo un análisis de comparación de las puntuaciones medias, ANOVA, con el fin de determinar posibles diferencias entre los sujetos en las variables analizadas según su estructura familiar. En segundo lugar, anterior al análisis predictivo, realizamos un análisis de correlación entre las variables familiares analizadas y la medida de desviación. Finalmente, se llevarán a cabo una serie de análisis de regresión jerárquica para establecer qué variables familiares se pueden considerar como predictoras de la conducta antisocial en las dos estructuras familiares establecidas; la edad y el nivel académico de la madre fueron introducidas en los primeros pasos como variables control.

Resultados

Como avance de los análisis que realizamos a continuación y con el interés de conocer qué variables familiares son predictoras de la conducta antisocial en familias intactas y en familias no intactas, comparamos ambas muestras en nuestra variable criterio, la conducta antisocial. El resultado indica que entre ambos grupos no aparecen diferencias significativas (F=0,005; p=0,945). Tampoco aparecieron diferencias entre ambos grupos en el resto de variables estudiadas. Una vez que conocemos que entre ambos grupos no aparecen diferencias significativas en dicha variable, ni en el resto de variables que hemos considerado como predictoras

Análisis de correlaciones

Como adelanto del análisis de regresión, llevamos a cabo un análisis de correlaciones entre las variables predictoras y la variable conducta antisocial.  Si ordenamos estas variables de mayor a menor según la magnitud de esa correlación (en valor absoluto) podremos observar como las variables cohesión (r=-0,26) y conflicto muestra la mayor correlación (r=0,26), seguidos de las siguientes variables apoyo materno (r=-0,253), reprimenda verbal (r=0,237), organización en la familia (r=- 0,212) y uso del castigo físico por la madre (r=0,173). La variable control no mostró una correlación significativa. En esta ocasión la correlación más alta la encontramos en la variable apoyo materno (r=-0,360) seguido de la variable reprimenda verbal (r=0,346). El resto de variables no fueron significativas.

Análisis de regresión jerárquico

Dos análisis de regresión jerárquica, en ellos se ha pretendido examinar el efecto de cada una de las dimensiones consideradas, clima familiar y educación familiar, sobre las manifestaciones de conducta antisocial en ambos subgrupos. Para ello se llevaron a cabo los cuatro pasos del análisis para cada uno. En un paso inicial, la variable edad fue introducida, seguida del nivel académico de la madre, clima familiar y educación materna. Los resultados indican que respecto a los chicos que viven con ambos progenitores el clima familiar explica la mayor varianza (ΔR²=0,086; p<0,001), específicamente, la organización familiar aparece como predictor significativo de la conducta antisocial en estos adolescentes.
También significativo fue el primer pasode regresión, el relativo a la variable edad (ΔR²=0,070; p<0,001) y el último paso, relativo a los procesos de educación materna (ΔR²=0,024; p<0,01), más específicamente el uso de la reprimenda verbal por parte de la madre y la falta de apoyo.
En el grupo de adolescentes que convivían sólo con sus madres la variable edad, incluida en el primer paso fue la que más varianza explicó (ΔR²=0,169; p<0,01). Además, sólo los procesos de educación materna explicaron a nivel de significación la conducta antisocial (ΔR²=0,125; p<0,05), específicamente, la reprimenda verbal de nuevo surgió como predictor significativo de la conducta antisocial en esta muestra.

Discusión

En este estudio teníamos como objetivos generales dos, uno comprobar si había o no, diferencias en las variables relacionadas con el clima familiar y la educación familiar en dos muestras, una de ellas de familias intactas y otra de familias desestructuradas encabezadas por la madre y, en segundo lugar, comprobar si los procesos familiares implicados en el desarrollo de la conducta antisocial eran iguales o diferentes en ambas estructuras familiares.

Respecto al primer objetivo, podemos concluir que entre ambas muestras no aparecen diferencias significativas ni en las variables relacionadas con el clima familiar, cohesión, conflicto, organización y control, ni en las relacionadas con los estilos de educación materna, apoyo, castigo físico o reprimenda verbal. Además, no han aparecido diferencias significativas en los niveles de la variable conducta antisocial. A tenor de estos resultados podemos decir que la estructura familiar no es una variables que este influyendo en las manifestaciones de conducta antisocial en la adolescencia, por lo tanto, no se puede afirmar que la conducta antisocial este mediada por la pertenencia o no a una familia desestructurada, en consonancia con otros estudios (p.e. Wadsworth, 1976, Casion, 1982, Ensminger, Kellam, Rubin, 1983, Mednick, Rebzbnick, Hocevar y Backer, 1987, Van Voorhis , Cullen, Mathers y Garner, 1988) que concluyen que no hay relación o que hay una débil relación entre las manifestaciones de conducta antisocial en general y la pertenencia a familias monoparentales. Sin embargo, contradice otros resultados anteriores (Torrente, 2002), que trabajaban con grupos extremos y que mostraban que vivir en familias desestructuradas era un predictor válido en el caso de menores internados en centros de reforma, aunque en este caso otras variables relacionadas con el clima y la educación familiar resultaban ser también significativos.

Como en otras investigaciones anteriores, la edad aparece como predictor en conducta antisocial (Torrente, 2002, Rodríguez y Torrente, 2003, Torrente y Vazsonyi, manuscrito bajo revisión) con la edad se incrementa la probabilidad de cometer actos antisociales.
Un resultado que, en principio, contradice la dirección esperada, indica que las variables de clima familiar consideradas (cohesión, conflicto, organización y control), tomadas como conjunto aparecen como predictoras de la conducta antisocial en la adolescencia, específicamente la organización o la falta de ella, pero tan sólo en familias intactas, no en familias monoparentales. A nuestro juicio, pueden darse dos explicaciones a este hecho: en primer lugar, en las familias intactas pueden resultar más salientes los problemas en el clima familiar y, específicamente, la falta de organización familiar. Sin embargo, las familias ya desestructuradas posiblemente han soportado un proceso de reestructuración y reorganización (no olvidemos que en nuestra muestra sólo tenían cabida aquellos adolescentes que convivían en familias desestrucutradas encabezadas sólo por la figura materna) con posterioridad a la ruptura que ha logrado que este hecho no sea lo suficientemente saliente en este tipo de familias como para convertirse en un predictor de la conducta antisocial de los adolescentes. Quizás otra explicación, complementaria de la anterior, puede darse a este hecho. Debido a que los niveles de percibidos de desorganización son semejantes en ambos grupos, y por lo tanto, no podemos concluir que haya más desorganización en un grupo que en otro, es posible que en las familias desestructuradas hay una mayor adaptación a la desorganización familiar, lo que les protegería frente a su influencia, lo que explicaría, a su vez, la no implicación como predictor de la conducta antisocial en la adolescencia.

Dentro de los estilos de educación familiar, podemos comprobar como en la muestra de familias intactas la falta de apoyo materno aparece como predictor significativo y en ambas muestras la reprimenda verbal aparece también como predictor. Esto también nos permite extraer la siguiente conclusión: que las técnicas basadas en el control, como la reprimenda verbal, parecen relacionarse con la presencia de conducta antisocial, resultados semejantes a los presentes en otras investigaciones anteriores (Torrente, 2002, 2003, Torrente y Rodríguez, 2003, Rodríguez my Torrente, 2003, Torrente y Vazsonyi, manuscrito bajo revisión) y con independencia de la estructura familiar de pertenencia.
La conclusión general que podemos extraer de este trabajo es que los niveles de conducta antisocial en la adolescencia no parecen depender de la estructura familiar, aunque los procesos familiares en una y otra estructura familiar si se diferencian en cuanto a su capacidad predictiva respecto al comportamiento inadaptado. Esto, por tanto, nos permite suponer que las relaciones familiares que se dan en las familias parecen ser predictores más válidos respecto de la conducta antisocial en la adolescencia, que específicamente la estructura familiar en la que viva el joven, aunque sin olvidar, que esas relaciones pueden estar, y sin duda lo están, influidas por tipo de estructura familiar.

Aun así debemos de asumir una serie de limitaciones en nuestro estudio. La primera y más importante limitación, viene dada por la diferencia muestral entre ambos tipos de estructuras familiares, lo que puede estar condicionando los resultados finales de nuestro trabajo. En segundo lugar, sería necesario realizar más estudios donde se compararan los diferentes tipos de estructuras familiares existentes, como las encabezadas por el padre o por otros familiares que no son los progenitores, como los abuelos. Así mismo, cabría introducir el análisis de aquellas familias que, además de un proceso de desestructuración han sufrido el de una reestructuración posterior, como por ejemplo familias formadas por nuevos matrimonios del progenitor custodio. Estas investigaciones permitirían un conocimiento más exhaustivo de las consecuencias de vivir en una u otra estructura familiar para un correcto desarrollo de los menores.

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