viernes, 5 de octubre de 2012

Aportaciones psicológicas a la predicción de la conducta violenta: reflexiones y estado de la cuestión A. Andrés Pueyo y S. Redondo Illescas. Departamento de Personalidad - Universidad de Barcelona. Grupo de Estudios Avanzados en Violencia-(GEAV)



1.- La violencia: simplemente un comportamiento o algo más complejo.

El siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia nos dice Nelson Mandela en la presentación del documento “Violencia y salud en el siglo XX” dirigido por la OMS (Krug, 2002). A continuación afirma que “las dimensiones de la violencia ejercida en el siglo XX alcanzan desde la intimidad de la familia a las relaciones internacionales” lo que hace de este fenómeno algo más que un problema de naturaleza ética o jurídica y debemos contemplarlo con otra mentalidad para que su tratamiento en el siglo XXI sea más exitoso. Uno de los cambios más interesantes, especialmente en clave profesional para los psicólogos, es el enfoque de la salud para la consideración de la violencia. El cambio del planteamiento de la consideración jurídico/penal a la consideración de la salud/bienestar implica un nuevo enfoque de la violencia, pasar de la política del castigo/corrección al de la prevención/predicción. Ya en 1996 la OMS consideró que la violencia, por su extensión y consecuencias en la salud y el bienestar de las personas, debe entenderse como un problema de salud pública. Según este planteamiento podemos afirmar que la violencia es: “Previsible”  y  “Predecible”. El camino para la actuación profesional está abierto.

Gro Harlem Burtland (directora general OMS en 2002) afirma que la violencia está presente en la vida de numerosas personas en todo el mundo y nos afecta a todos en algún sentido y concluye que: “Cuando la violencia es persistente la salud está siempre muy afectada”. En 1996, con motivo de la 49 Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud, reunida en Bruselas, se adoptó la resolución  WHA49.25 donde se afirmaba que la violencia “es el mayor y más creciente problema de salud pública en el mundo moderno”. En esta resolución se consideraba la importancia que han adquirido los diferentes tipos de violencia, por sus consecuencias, en la salud publica en todos los países, tanto desarrollados como no desarrollados. Además en aquella resolución se  recogía, explícitamente,  las recomendaciones de la Conferencia Internacional sobre el Desarrollo y la Población (El Cairo, 1994) y de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995) que reclamaban una atención urgente sobre el tema de la violencia en aspectos variados como la violencia de género, contra los niños, las minorías, etc...

Este interés de la OMS por la violencia refleja la importancia que este fenómeno ha adquirido en las sociedades modernas y converge con el tradicional interés que la criminología y el derecho han tenido por el mismo.  La violencia no es patrimonio exclusivo de las sociedades en las que predomina el bienestar social y la libertad individual ya que en la mayoría de sociedades humanas aparecen comportamientos violentos de mayor o menor gravedad y duración. Pero es bien cierto que muchos pensadores habían pronosticado una desaparición gradual de la violencia en la medida en que las sociedades avanzan en la distribución más equitativa de los recursos y el acceso mayoritario a un estado de bienestar y libertad individual. Una paradoja de este hecho es, por ejemplo, la sociedad  norteamericana que siendo como es una de las mas avanzadas en cuanto a los derechos y libertades individuales, es a su vez  una de las más violentas a nivel mundial.

La violencia hoy ya no es solamente un problema moral o ético, que lo es, ni tan siquiera penal o jurídico, si no que se está convirtiendo en un problema de salud pública, en un elemento de consecuencias comparables a las epidemias de naturaleza infecciosa o a los sucesos naturales devastadores. En este contexto parece que las medidas de  control de la violencia, de castigo de los agresores, de reparación de las víctimas se han de complementar con las de prevención, educación y como no de predicción. Muchos de los términos que ya se emplean en los estudios de violencia provienen de campos adyacentes cómo la epidemiología y  la salud pública. En este contexto situaremos el problema de la predicción del comportamiento violento y el rol profesional que los psicólogos deben tener en esta tarea.
Hay numerosos términos que se consideran sinónimos de la violencia y que se utilizan de forma habitual y en cierto modo confusa. Así por ejemplo hablamos de agresión, fanatismo, delincuencia, daño, abuso, etc.... al referirnos a la violencia y especialmente esta afirmación es cierta en el campo de la psicología.

La violencia no es una conducta, ni una emoción, ni una respuesta simple, ni tan siquiera una forma de actuar, de pensar o de sentir. La violencia es más que una conducta. Según la OMS la violencia consiste en el  uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (Krug, 2002).

Contrasta esta definición con la de Webster, Douglas, Eaves y Hart, 1997, autores del HCR-20 (como veremos uno de los instrumentos más utilizados en la predicción de la conducta violenta), la violencia es: “comportamiento que puede causar daño a los demás, un comportamiento que puede generar miedo a otras personas”. El acto violento no se define solamente por las consecuencias que genera sino que los actos violentos lo son en sí mismos; así, disparar una pistola en el medio de un numeroso grupo de personas, aunque no haya víctimas, es un acto violento.

Una consecuencia que refleja la complejidad del fenómeno de la violencia es el hecho de que no hay un único indicador que podamos utilizar como medida de la violencia. De hecho los estudiosos y expertos del tema que quieren analizarlo de forma cuantitativa utilizan índices tales como: número de detenciones, años de condena, número y variedad de los delitos y agresiones, tipos de agresión, etc... un efecto de esta situación es que los parámetros estadísticos de la violencia son siempre imprecisos y discutidos.

Naturalmente a los psicólogos nos interesa en primer lugar la conducta o comportamiento violento pero también las llamadas actitudes violentas, las emociones violentas, los trastornos mentales que se asocian a la violencia, las consecuencias sobre las personas víctimas de la violencia, etc... Es decir no nos interesan todos los aspectos del fenómeno de la violencia, sino aquellos aspectos de ésta que implican a los individuos, también a grupos humanos, en tanto que agentes del comportamiento violento o víctimas de la violencia.


En una sociedad desarrollada como la española –y en conjunto las europeas- el volumen total de violencia es relativamente bajo y estable como consecuencia del aceptable funcionamiento de los mecanismos globales de integración social (Kury, Obergfell-Fuchs y Würger, 1994, Stangeland, 1995a, 1995b, 1995c, Giménez-Salinas, 1998, Killias y Aebi, 2000, Redondo, 2001) Sin embargo, desde una perspectiva más analítica existen, como es notorio, riesgos específicos de comportamientos violentos y muy violentos en individuos determinados y en situaciones y contextos concretos. Es esta combinación de factores individuales de predisposición y de factores situacionales desencadenantes la que puede permitirnos diseñar y validar sistemas y procedimientos de predicción y prevención de utilidad para los técnicos y profesionales aplicados.

Una faceta de la complejidad del fenómeno de la violencia es la enorme variedad de expresiones del mismo. En primer lugar, es evidente que existen variadas formas del comportamiento violento, que se manifiestan en diferentes edades del desarrollo humano (adolescencia, juventud, edad adulta), con distinto grado de intensidad (un insulto, una agresión, un homicidio...), y con diverso nivel de reiteración y de estabilidad (de forma casual o de manera repetida). En segundo término, es conocido que los factores asociados a los comportamientos violentos son también diversos en cualidad y en intensidad. De manera tradicional, estos factores se han dividido en tres grandes grupos: sociales o ambientales, psicológicos y biológicos (Sanmartín, 2000; Quinsey et al.,1998).

En el presente análisis vamos a concentrar nuestro esfuerzo en el componente psicológico de la violencia individual. Desde esta perspectiva, definiremos la conducta violenta como aquélla que pretende y consigue dañar física o psicológicamente a otra u otras personas sin que éstas hayan consentido en recibir este trato. Este tipo de comportamientos también incluye la violencia hacia víctimas que consienten o que no comprenden el efecto de estas conductas (niños y personas con minusvalías psicológicas o ciertas psicopatologías). Deben incluirse en este tipo de comportamientos también aquéllos que producen miedo u otro tipo de consecuencias negativas tales como son las amenazas directas o indirectas y cualquier tipo de constricción de las libertades y derechos individuales. Las consecuencias de estos comportamientos son siempre muy negativas tanto para las víctimas de los mismos como para su entorno inmediato. Estas consecuencias pueden ser la muerte, el daño físico de la víctima, la ruina económica o moral, la pérdida de su autoestima, etc. (Hart, 1998).

A la luz de la investigación acumulada a lo largo de las pasadas décadas el estado actual del conocimiento sobre el comportamiento violento podría, en síntesis, resumirse de la siguiente manera:
•Los seres humanos muestran, desde los primeros años de vida, diferencias individuales en su comportamiento y por extensión en un gran conjunto de características psicológicas y, entre ellas, en sus rasgos de personalidad, algunos de los cuales pueden jugar un papel decisivo en la expresión o inhibición de las manifestaciones agresivas y violentas (Garrido y López Latorre, 1995; Andrés Pueyo, 1999; Garrido, Stangeland y Redondo, 1999; Romero et al., 1999; Lykken, 2000).
•Los factores sociales pueden a su vez jugar un papel modulador muy importante en el desarrollo humano y en la socialización y, por tanto, en la facilitación o inhibición de las manifestaciones violentas (Henggeler, 1989; Rechea, Barberet, Montañés y Arroyo, 1995; Garrido et al., 1999).
•Por último, en la precipitación de los comportamientos violentos juegan un papel determinante los factores situacionales, que ofrecen al individuo la oportunidad de la acción violenta, sin la cual ésta no ocurriría, pese a que pudiera haber una cierta predisposición del individuo (Clarke, 1992, 1993, 1994;  Cohen y Felson, 1979; Felson, 1994; Stangeland, 1995c).

Algunos de los atributos psicológicos individuales (los rasgos de personalidad y las habilidades psicosociales) son claramente factores de riesgo para el comportamiento violento en tanto que son variables predisponentes para la ejecución de conductas antisociales frecuentes. Parte de estas conductas antisociales, en combinación con determinados factores sociales, que conocemos como factores  desencadenantes (como por ejemplo los conflictos interpersonales, las toxicomanías o las situaciones de necesidad, marginación y desarraigo social) pueden dar lugar a manifestaciones violentas graves o extremas. El conocimiento de los mecanismos de acción de los factores de riesgo, de los factores desencadenantes y de su interacción es la clave para la predicción y prevención del comportamiento violento.

Considerados los dos anteriores grupos de factores (predisponentes y desencadenantes), el análisis empírico de la violencia puede hacerse en dos planos diferentes aunque interdependientes. Estos dos planos son: el global –es decir, las tasas de violencia existentes en una determinada comunidad social-, y el individual–esto es, los casos específicos de individuos que se comportan violentamente y el riesgo que presentan estos individuos de reiterar tales comportamientos-. Nuestro análisis se interesa específicamente en este segundo plano que, ciertamente, influye sobre el primero, ya que como es evidente el comportamiento violento individual acaba reflejándose en las tasas globales de violencia registradas en el nivel social.

2.- ¿Es posible predecir la violencia?: un caso particular de la predicción del comportamiento.

La violencia, a pesar de la sensación creciente que tenemos de que es algo muy común y habitual, la verdad es que, afortunadamente, es un fenómeno poco habitual, raro e infrecuente, especialmente la violencia grave y muy grave. Esto no significa que no sea muy importante y motivo de fuertes preocupaciones sociales. No se deben confundir ambas características. La frecuencia de un fenómeno no le resta ningún grado de importancia o trascendencia al mismo. De hecho la importancia se mide en términos de las consecuencias y no solamente en términos de frecuencia. Este último aspecto aporta al fenómeno de la violencia un componente muy importante a saber: la predicción del mismo. Un terremoto es un fenómeno infrecuente, ahí radica parcialmente la dificultad en predecirlo. El hecho de su poca frecuencia, aun de su excepcionalidad, no le resta nada a su poderoso efecto devastador, a sus consecuencias catastróficas y, por tanto, a su enorme gravedad.

La dificultad de comprender los fenómenos extraños e infrecuentes no se limita, en la psicología, a casos como la enfermedad mental, especialmente cuando esta es grave, esquizofrenias, trastornos delirantes, algunos tipos de demencias, etc..... sino que se extiende a otros fenómenos tales como los atentados colectivos, los asesinatos en serie, las violaciones y abusos a menores, entre otros sucesos “violentos” que acontecen en distintos entornos sociales, de forma a veces sorpresiva. La relación entre la  incomprensión y la infrecuencia con que se suceden estos acontecimientos se puede representar en forma de una relación lineal progresiva: a mayor infrecuencia más difícil es comprender las claves de este fenómeno.
No hay una relación única entre la calificación de  “poco habitual o infrecuente” y  la “importancia y trascendencia” del mismo. De ninguna manera podemos considerarlos como antónimos sino que más bien son sinónimos. Esta afirmación tiene validez en ambas direcciones. La frecuencia y la trascendencia son factores ortogonales, independientes porque probablemente están producidos por causas distintas. Por ejemplo solamente pensar en el atentado reciente de Madrid o el más lejano en el tiempo de Casablanca (donde 12 terroristas suicidas provocaron una masacre) o en las víctimas de la violencia doméstica en lo que llevamos de año en España, nos presentan la amarga cara de la realidad: la enorme gravedad y trascendencia de la violencia.  Pero aunque nos parezcan sorprendentes son hechos infrecuentes especialmente en términos epidemiológicos. Recientemente hemos asistido a un debate similar entre la importancia de un hecho, la Neumonía Asiática (SARS), y su impacto en términos de frecuencia.

Todos los responsables sanitarios a nivel mundial están preocupadísimos por esta nueva enfermedad, por la gravedad de la misma y especialmente por el desconocimiento de su etiopatogenia, y no solamente por el número de infectados y muertes que produce que son, aunque parezca paradójico por el eco de esta enfermedad en los medios de comunicación y sus efectos en la vida  social y económica, muy limitados.
Con la violencia, especialmente con la que consideramos violencia grave e intensa, la que produce víctimas entre los niños, las mujeres y otros grupos más débiles de nuestra sociedad, sucede algo parecido, es infrecuente pero muy grave. Es preocupante y produce una enorme emergencia por las consecuencias directas que tiene sobre las víctimas y también tiene fuertes consecuencias indirectas tales como: la profunda desesperanza que causa ser testigo indirecto, generalmente por la difusión que los medios de comunicación hacen de la misma.

Los sucesos complejos, como la violencia, además de infrecuentes tienen otra propiedad y es que son de origen multicausal. No hay una única y exclusiva razón que justifique totalmente (explique en un sentido causal)  el comportamiento violento. Esta multicausalidad quizás sea parte de la razón de la infrecuencia de los actos violentos en las personas. La trascendencia de la conducta violenta es la razón principal de que hablemos de la necesidad de predecirla.  La violencia, los actos violentos, son en cierto modo sucesos inciertos como otros fenómenos que suceden, como los cambios atmosféricos, los tecnológicos o los económicos.  Predecir la violencia, en el campo profesional de la psicología jurídica, significa muchas cosas aparentemente distintas tales como:
- saber del riesgo de que un chico cometa un delito de robo con fuerza, un asesinato o una violación,
- conocer anticipadamente si un terrorista suicida va ha hacer explosionar una bomba en el interior de un autobús,
- asimismo significa conocer la probabilidad de que un marido despechado por la ruptura matrimonial, pueda asesinar a su ex-esposa,
- saber si una madre podría estrangular a sus hijos en venganza contra el abandono del padre de los mismos,
- conocer, si un preso, al concederle la en libertad, puede reincidir en conductas violentas y delictivas,
- anticipar que un enfermo mental grave o un deficiente mental, pueda comportarse violentamente con sus familiares o desconocidos en su vida cotidiana y en la comunidad en la que vive,
- tener conciencia de que un menor, al finalizar una pena de internamiento o un programa de rehabilitación, va a continuar realizando actos de vandalismo callejero o de violencia en el seno de una banda o grupo organizado,
- pronosticar el suicidio de un anciano o de un joven que está sufriendo un episodio de depresión intensa o de desajuste personal por distintas razones,
 - vaticinar que, si no se deja de consumir alcohol o otras drogas, un determinado individuo va a continuar maltratando a sus hijos menores en el seno de la familia,
- presagiar el resultado de las conductas de un grupo de hinchas seguidores de un club deportivo en un encuentro de la máxima rivalidad,
- prever si un grupo organizado, banda juvenil o secta, va a cometer actividades de naturaleza violenta sobre individuos aislados u otros grupos en un momento determinado.

Todas estas demandas, y seguro que otras más que no se citan, corresponden al ámbito de la predicción de la violencia. Con casi todas ellas los psicólogos dedicados al tema de la psicología forense, jurídica, criminológica y también clínica se enfrentan en algún momento de su actividad profesional. La predicción de la violencia es un campo donde la psicología tiene un papel destacado y esto es así por dos razones:  Primera, porque es a la psicología la que le compete en su ámbito de  actividad profesional el predecir la conducta de los individuos y la violencia es un fenómeno asociado a la forma y a las consecuencias del comportamiento. A veces también la omisión de ciertas conductas se considera una forma de violencia por las consecuencias que tiene sobre las víctimas, como sucede  por ejemplo en la omisión de ayuda o la atención a personas desvalidas. Segunda, las claves individuales psicológicas son las más importantes en la predicción del comportamiento violento según se ha demostrado en la mayoría de estudios empíricos recientes y dedicados a esta cuestión (Andrews y Bonta, 1994; Quinsey et al.,1998).

3.- Cómo podemos predecir técnicamente la violencia.

La conducta violenta es el resultado de una decisión de actuar y comportarse violentamente, si bien es cierto que, en determinadas ocasiones, esta decisión no es imputable penalmente o depende de factores en cierto modo “irracionales” o desconocidos. La decisión de actuar violentamente puede estar influida, según hemos visto, por un conjunto variado de factores que solos o en interacción provocan patrones de conducta que por su naturaleza y especialmente por sus efectos calificamos de violentos. Entre estos factores deberemos reconocer tres tipos: a) Biológicos, tales como ciertas alteraciones neurológicas, trastornos endocrinos e intoxicaciones; b) Psicológicos: trastornos de personalidad, retraso mental, psicosis y otras alteraciones psicopatológicas, crisis emocionales, estados de ánimo, convicciones prejuiciosas, etc., y c) Sociales: exposición a modelos violentos, subculturas violentas, confrontaciones o situaciones de crisis social intensas. Por lo general estos factores actúan conjuntamente. Nuestro objetivo es predecir la actuación violenta, o en términos científicos la probabilidad de que acontezca la conducta violenta, con la finalidad de evitar los daños y consecuencias negativas que la violencia suele producir.

¿Es posible predecir y, en consecuencia, prevenir la violencia? Creemos que la respuesta, en términos globales, es sí. Pese a ello, los episodios concretos de futuros comportamientos violentos son difíciles de predecir con la exactitud que sería deseable. Esta tarea es especialmente complicada cuando los individuos no presentan características personales predisponentes ni poseen antecedentes de violencia. En cambio, es más fácil anticipar la violencia futura cuando se trata de personas potencialmente violentas, que tienen una historia anterior de comportamientos violentos repetidos o que poseen una personalidad predisponente al comportamiento violento o en su caso que sufren una enfermedad  estrechamente asociada a la conducta violenta.

La violencia, el fenómeno que queremos predecir, es por su propia naturaleza un fenómeno complejo y ésta realidad tiene consecuencias muy diversas. Por ejemplo debemos distinguir, para simplificar y aumentar la precisión en la predicción, los distintos tipos de violencia que, siguiendo a la OMS, son más de 30 tipos. Estos tipos surgen de combinar la naturaleza de la violencia (física, sexual, psicológica o por deprivación/abandono) con el agente causante de la
violencia (auto-dirigida, interpersonal y colectiva). Además de los distintos tipos de violencia, al hacer predicción, podemos estar interesados en distintos aspectos de la propia predicción como son: la predicción de la inminencia de la conducta violencia, las recaídas o reincidencias, la frecuencia de los actos violentos, etc... según estos intereses los profesionales de la psicología forense y criminal utilizarán procedimientos e instrumentos distintos. Así, si queremos predecir violencia en general se puede utilizar el HCR-20 (Webster et al., 1997) mientras que si queremos predecir violencia de género o de pareja es mejor utilizar el SARA, o si queremos predecir recaídas de violadores o agresores sexuales adultos utilizaremos el SVR-20.

A la dificultad intrínseca a cualquier tipo de predicción y especialmente a la predicción de sucesos violentos, debido a la múltiple causalidad que éstos presentan, hay que añadir la baja frecuencia que, en general, tienen los episodios violentos.  A ello se añaden dos dificultades más: la escasez de instrumentos y técnicas desarrolladas para predecir la violencia y la frecuente resistencia a aceptar una visión científico-determinista (1) de la conducta humana, que suele estar presente entre los profesionales que trabajan en el campo de la delincuencia y la conducta violenta.

La predicción del riesgo de conductas violentas, cuyos más destacados expertos actuales debemos situarlos en grupos canadienses (R. Hare, D. Webster y S.Hart) norteamericanos (D. Hanson) e ingleses (P.Barret) debe efectuarse sobre la base de analizar conjuntamente varias facetas propias del comportamiento violento: a) Naturaleza específica de la conducta violenta: qué tipos de violencia ocurren; b) Gravedad de la conducta violenta: intensidad de los efectos de la violencia; c) Frecuencia: cuántas veces aparecen estos comportamientos;  d) Inminencia: en qué momento suceden los comportamientos violentos, y e) Probabilidad: indicación acerca del ajuste de la predicción del riesgo de aparición del comportamiento violento (Webster et al., 1994,1997; Hart,1998). Estas características provienen de tres tipos de informaciones básicas: de carácter empírico, que son las que nos permiten la precisión predictiva; profesionales, que nos facilitan la utilidad práctica de la predicción, y de carácter legal, que nos ayudan a la toma de decisiones imparciales y razonables.

A partir de estos aspectos podemos estimar el riesgo de aparición de comportamientos violentos pero en función de una serie se condiciones que hemos de asumir previamente. Entre estas presuposiciones están hechos como la situación de internamiento, la presencia de control sobre el sujeto, la historia anterior de crisis emocionales, el consumo de sustancias tóxicas, etc. Consecuentemente, a partir de ciertas condiciones podemos proponer la estimación condicional del riesgo de comportamientos violentos.

Cuando hablamos de predicción enseguida nos viene a la mente la predicción del tiempo meteorológico, ¿es que los psicólogos cuando predecimos el comportamiento violento hacemos algo parecido a lo que hacen los meteorólogos? Quizá esta actividad profesional, a mi entender, es la que guarda más relaciones con la del psicólogo que estima el riesgo de violencia.  Hay muchas razones para ejemplificar esta similitud y la más destacada es que ambos profesionales tienen como primera misión predecir lo que va a suceder en el futuro. El meteorólogo con respecto al tiempo meteorológico. Si va a hacer calor o frío, lluvia, viento o tormenta. Estas predicciones se requieren cada vez  más detalladas: cuándo va a suceder, dónde, con qué intensidad, cuáles van a ser sus efectos, etc. El psicólogo, especialmente el que trabaja en contextos criminológicos, debe también predecir sobre las conductas antisociales que puede cometer un individuo determinado. Si es un preso al que hay que conceder la libertad condicional, ¿qué riesgo hay de que  vulnere las reglas que se le imponen?, si está siguiendo un programa de rehabilitación, ¿qué probabilidades hay de que lo siga?, y  ¿qué pronóstico de los efectos del tratamiento se pueden esperar? Si, por el contrario, es un acusado de agresión sexual o familiar, ¿qué riesgo existe de que vuelva a reintentar estos comportamientos delictivos? Estos y otros muchos ejemplos nos sitúan a los psicólogos en un rol profesional parecido al de los meteorólogos.

Los psicólogos y los meteorólogos tienen más cosas en común.  Pensemos en los efectos y consecuencias que tienen ciertos fenómenos meteorológicos como son los ciclones, tornados, las “gotas frías”... muchas veces son catastróficas y, salvando las distancias, se parecen a la de ciertos comportamientos criminales.
Estos fenómenos meteorológicos son “estados” particulares de los climas, es decir combinaciones particulares de los procesos que regulan la temperatura, la presión, la humedad, etc. Esta misma relación es la que guarda el comportamiento antisocial con la personalidad del delincuente, especialmente cuando en este sujeto muestra el llamado Trastorno de Personalidad Antisocial o  una Psicopatía. Su personalidad es como el clima, su conducta como alguno de estos fenómenos meteorológicos, que sin ser muy frecuentes son peculiares y por tanto también caracterizan, junto con las otras variables normales, a los climas.

¿En que consiste la evaluación del riesgo de comportamientos violentos?

Estimar el riesgo de violencia no es más que un procedimiento para predecir la probabilidad  de aparición de una conducta violenta determinada ya que ésta sí que se puede estimar razonablemente. Es posible predecir el riesgo de comportamientos violentos con más precisión que el simple azar o las predicciones unidimensionales. Se puede predecir el riesgo de cualquier elección si conocemos los determinantes de ésta y tenemos datos sobre elecciones que anteriormente hayan sucedido y de las cuales conocemos sus antecedentes. Esta última consideración es cierta en el campo de los registros penales, criminológicos y psiquiátricos, ya que existen datos e informes acumulados que pueden proporcionar este tipo de informaciones.  Esencialmente consiste en un proceso que permite comprender el peligro que puede existir de aparición de conductas violentas con el objetivo de limitar sus potenciales efectos negativos.

Para poder completar este proceso con éxito nos interesara registrar informaciones acerca de varios aspectos: ¿qué tipos de conducta violenta se producen?; ¿con qué frecuencia?,  ¿bajo qué condiciones o en qué escenarios?; ¿cuáles son las condiciones presentes?, ¿cómo se intervino?, ¿qué sucedió después?, etc. Se han desarrollado estrategias de evaluación psicológica intensivas, procedimientos actuariales basados en tests psicológicos y otras estrategias (clínicas, epidemiológicas...) para identificar el riesgo de determinados comportamientos violentos, que denominamos formas críticas de violencia, pero sigue habiendo un importante grado de imprecisión en tales predicciones. ¿Qué tipos de estimaciones de riesgo de formas críticas de violencia son más necesarios por la gravedad de sus consecuencias? En nuestra opinión, es fácil distinguir los siguientes: riesgo de suicidio, de homicidio por parte de menores, de los diferentes tipos de agresión sexual, de las agresiones domésticas y familiares y, naturalmente, de la violencia en general.

Podemos distinguir dos tipos de predicción del riesgo de comportamientos violentos: el riesgo inmediato y el riesgo a medio y largo plazo (Quinsey et al., 1998, Hart; 1998).  Los esfuerzos actuales se concentran en la evaluación del riesgo inmediato de conductas violentas ya que éste es más fácil de realizar y más eficaz en la práctica aplicada. El riesgo inmediato de conductas violentas se sitúa en torno a una predicción que se extiende a lo largo de unos días o a un máximo de unas semanas, y se basa en un patrón de signos de alarma identificables. Normalmente la evaluación de este tipo de riesgo de violencia inmediato se realiza por medio de Listados de Chequeo de los signos de alarma más críticos y urgentes que anticipan una agresión o ataque importante. El Riesgo de Ataque es un concepto de gran utilidad para todos aquéllos que tratan a diario con poblaciones de potencial riesgo violento (especialmente policías, responsables de prisiones, cuidadores de enfermos mentales y, en algunos casos,  profesores y maestros de escuelas secundarias). Por el contrario, el riesgo de medio y largo plazo se extiende a un rango temporal de varios años y, aunque es más impreciso, es muy importante en la toma de decisiones judiciales (por ejemplo, para autorizar una liberación condicional anticipada) y, también, como forma de evaluar la eficacia de los programas de intervención reeducativa y terapéutica.

¿Cuales son los métodos o procedimientos de valoración y predicción del riesgo que se pueden utilizar?

S.Hart los clasifica en dos grandes grupos que denomina:
 a.- A criterio libre del profesional (discretionary): estos métodos se caracterizan porque no hay una pauta o instrumento técnico validado y contrastado, son los más empleados por los diferentes profesionales que en algún momento se ocupan de este menester (criminólogos, psiquiatras, psicólogos, jueces, etc.). En este grupo de métodos se distinguen tres que son:
  a.1.- juicio profesional no-estructurado
  a.2.- juicio profesional estructurado
  a.3.- evaluación por anamnesis
 b.- Siguiendo una pauta determinada (No-discretionary). En estos métodos se sigue una pauta/protocolo (método o procedimiento) que proviene de los desarrollos técnicos de la evaluación psicológica o de otras técnicas de estimación de riesgo de campos afines. En este grupo distinguimos dos que son:
  b.1.- Los tests psicológicos
  b.2.- Los “tests” actuariales

Veamos algunos detalles de los procedimientos antes mencionados.

a.1.- Juicio profesional no-estructurado
En este procedimiento la característica fundamental es la idiosincrasia con que cada profesional aborda el problema de predecir el riesgo en función de su formación, sus preferencias personales, sus hábitos profesionales, la naturaleza de las demandas, etc... es decir el libre criterio de cada uno de los profesionales que actúan (o pueden actuar) en esta labor.  En general podemos decir que la recogida de datos (informaciones) no sigue normas o guías fijas ni estables, cualquier información puede ser incluida en el bagaje previo a la decisión. Así mismo la información se puede recoger siguiendo cualquier técnica o procedimiento que el profesional considere adecuado.

Las decisiones siguen un proceso análogo al de recogida de datos, es decir sin un criterio previo explícito. Las informaciones que dan lugar a las decisiones pueden ponderarse o combinarse de cualquier forma a juicio del responsable de la decisión. También, en el caso de la comunicación de los resultados, el responsable de la evaluación emplea el procedimiento  que considera oportuno en función del receptor de la decisión.

En este procedimiento las limitaciones son obvias y sin discutir la eficacia mayor o menor de este procedimiento, podemos destacar las siguientes insuficiencias: la dificultad en encontrar justificaciones empíricas y/o sistemáticas, de hecho este procedimiento presenta bajos niveles de acuerdo entre jueces (fiabilidad baja), poca precisión (no-validos) y una fundamentación débil (irrecusables). De hecho las predicciones realizadas siguiendo este método se basan en la “autoridad” del profesional que las formula. Por lo general estas decisiones son muy genéricas y no están dirigidas a realizar ninguna actuación con el sujeto agresor sino que tratan de “sancionar” en términos de informe pericial
a.2.- Juicio profesional estructurado
Este tipo de evaluación está dirigido a prevenir un determinado tipo de comportamiento o resultado así que lo calificaremos como orientado a la actuación profesional, normalmente preventiva. Suele incluir un nivel determinado de estructuración de la evaluación ya que incluye la exploración guiada de una serie explícita y fija de factores de riesgo identificados y conocidos. Especifica el modo y la manera de reunir y recoger informaciones que se incluyen en el protocolo de información que servirá después para tomar la decisión. Sin embargo no introduce, por lo general, restricciones ni orientaciones sobre la toma de decisiones ni en la forma de resumir y comunicar los resultados y/o decisiones obtenidas.
Las limitaciones mas relevantes son: a) que requiere protocolizar todo el proceso de evaluación en el que se incluye: un modo sistemático de recogida de datos, posiblemente requiera entrenamiento y formación en las nuevas técnicas y procedimientos que implica este enfoque; b) generalmente los elementos del protocolo se incluyen en el proceso de generalización inductiva que a veces no son adecuados en determinados casos, poco frecuentes, y, c) presupone que los profesionales pueden utilizar el protocolo de forma eficaz y precisa.
a.3.- Evaluación por anamnesis
Incluye una mínima organización de la información que se recoge ya que se sigue el protocolo propio de las anamnesis habituales en contextos clínicos. En ellas se incluyen datos histórico-biográficos que de buen seguro registran la historia y el contexto donde sucedieron episodios o actos violentos. Esta orientado a actuar. En la medida en que sigue el esquema clínico este enfoque de evaluación tiene como objetivo diseñar estrategias de actuación y de gestión o manejo del riesgo. En este ámbito es frecuente hablar de aspectos como la “reducción del riesgo” o la “prevención de recaídas”.
En cuanto a las limitaciones, este procedimiento es poco fiable, su validez también es desconocida y asume que la historia registrada se puede repetir, por sí misma, y debido a que ya ha aparecido con anterioridad. En el fundamento de este procedimiento se opina que todas las carreras violentas son estáticas, no modificables y que las personas violentas están predeterminadas a comportarse de ese modo.

b.1.- Los tests psicológicos
Son muy conocidos por los psicólogos estos instrumentos de evaluación pero se descuida, por parte de muchos profesionales, su utilidad en tanto que predictores.  Normalmente el uso de los tests se hace en un sentido clínico-diagnóstico sobre todo dentro del campo de la psicología jurídica.
No obstante en otros contextos (clasificatorios y de selección) el uso de los tests como procedimientos de predicción es bien conocido. Los tests miden ciertos rasgos y atributos psicológicos que, de acuerdo a los conocimientos disponibles y científicamente contrastados, predicen comportamientos violentos.  La fiabilidad y la validez de estos instrumentos permiten obtener informaciones relevantes y útiles que a su vez ayudan a la toma de decisiones correctas. También el uso de estos instrumentos impone un nivel elevado de organización de los datos empleados en la evaluación ya que se utilizaran en un momento determinado del proceso de evaluación y del momento en el que hay que tomar una decisión.

Las limitaciones que tiene la predicción utilizando tests psicológicos son:
a) que requieren una formación profesional en el empleo de los tests, en contenidos forenses, clínicos y/o criminológicos ya que hay que decidir: qué test utilizar, cómo utilizarlo y cómo interpretar los resultados obtenidos, b) la justificación de su utilización requiere decidir inductivamente acerca de aquello que, en general, es aplicable al caso que nos ocupa y en el momento en que lo utilizamos (todas decisiones previas a el uso del test).
b.2.- Los “tests” actuariales
Los rasgos característicos de la valoración del riesgo por métodos y procedimientos actuariales provienen de que estos se han diseñado explícitamente con la intención y finalidad de predecir el riesgo de comportamientos violentos. Siguiendo las pautas desarrolladas por los actuarios de seguros se han aplicado procedimientos estadísticos para la predicción del riesgo. Tienen una gran “fidelidad” ya que están optimizados para predecir un resultado concreto y específico, en un período temporal determinado, para una población determinada y en un contexto socio-cultural también muy específico. Introducen una estructura rígida en la predicción tanto en los procesos de evaluación como en los de toma de decisiones.

Las limitaciones de los procedimientos actuariales son:
a) el uso de este tipo de instrumentos requiere dos tomas de decisiones caso de forma constante para las que hay que tener un cierto nivel de conocimientos y formación técnica, así hay que decidir qué escalas utilizar y cómo interpretar los resultados, b) lo mismo que en los tests psicológicos hay que justificar adecuadamente las decisiones de su utilización concreta y c) los resultados pueden ser fácilmente malinterpretados y dar lugar a justificaciones pseudo-objetivas y pseudo-científicas.
Estos procedimientos requieren estudios cuantitativos y epidemiológicos a gran escala, estimaciones de la frecuencia de los comportamientos que se quieren predecir en las distintas poblaciones donde pueden ocurrir, etc. Este tipo de información, al menos parcialmente cuando nos referimos a poblaciones penitenciarias y delictivas, suelen estar disponibles, aunque con frecuencia de modo incompleto.

En todas las descripciones de los procedimientos que hemos realizado se han presentado los rasgos que las distinguen y caracterizan, así como sus limitaciones. Consideramos que todo proceso de evaluación del riesgo comporta, al menos, dos etapas que podemos distinguir a efectos del análisis de sus propiedades y limitaciones. Estas dos etapas son: 1) la recogida, organización y análisis de la información relevante, y 2) la decisión y comunicación del resultado de la evaluación.
En resumen, los procedimientos existentes en la actualidad para la predicción o estimación del riesgo de comportamientos violentos se pueden clasificar en dos grandes grupos, que a su vez se subdividen en diferentes subgrupos. Estos dos grandes grupos son: 1) procedimientos basados en el juicio profesional, y 2) decisiones de base actuarial. Entre los primeros debemos incluir las estimaciones clínicas (fundamentadas mayoritariamente en diagnósticos psiquiátricos), las predicciones a partir de las anamnesis y las basadas en instrumentos estructurados específicos (p. ej., HCR-20, SARA...). En el segundo grupo destacan las estimaciones basadas en los tests psicológicos y las que se fundamentan en la aplicación de escalas de riesgo (p. ej., VRAG, RRASOR...).

Como ejemplo de los anteriores tipos de instrumentos de evaluación del riesgo de comportamiento violento podemos citar el HCR-20 y el VRAG. El HCR-20 es uno de los instrumentos paradigmáticos y mejor validados para la estimación del riesgo de violencia en general. Desarrollado por el Dr.Webster, especialista canadiense reconocido internacionalmente, está diseñado para evaluar el riesgo de conductas violentas en personas con trastorno mental o problemas de personalidad, y se basa en el uso de informaciones de tres tipos (que recogen las siglas del instrumento, HCR):  histórico-biográficas,  clínicas y de  gestión del riesgo. El VRAG (Violence Risk Appraisal Guide), de Quinsey et al. (1998), fue desarrollado para evaluar el riesgo de  comportamientos violentos en varones adultos con enfermedades mentales, que estuvieran en tratamiento ambulatorio o  internados en centros hospitalarios vinculados a instituciones penitenciarias. El VRAG es el sistema actuarial más preciso para prevenir violencia reiterada (reincidencias) entre pacientes con trastornos mentales, internados o en tratamiento ambulatorio. Sus parámetros de eficacia se cifran en una probabilidad predictiva –es  decir, de que un paciente sobre el cual se han predicho recaídas violentas acabe en efecto comportándose violentamente en un futuro- del 55%. Este instrumento logra un incremento de la predicción sobre el azar del 88% y presenta una precisión del 72% en la clasificación de pacientes violentos (P. Barret, 2001).

En la actualidad existen distintos instrumentos de naturaleza empírica para la estimación del riesgo de comportamientos violentos. Estos instrumentos, desarrollados especialmente en países anglosajones, europeos y norteamericanos, no tienen paralelos en nuestro entorno criminológico o forense. Tales instrumentos, además de las características propias de cualquier instrumento de medida, se distinguen por dos parámetros muy importantes que son: sensibilidad (porcentaje de verdaderos positivos, es decir, de sujetos que habiendo sido predichos violentos acaban comportándose violentamente) y  especificidad (porcentaje de falsos positivos, o sea, de individuos que habiendo sido predichos violentos no acaban actuando como tales).

En la tabla que presentamos a continuación se muestra el resumen de los principales instrumentos existentes hasta  ahora en el contexto de la evaluación del riesgo de comportamientos violentos.

Test o  Método: Meta-análisis de predictores de violencia general y reincidencias
Variables Predictoras: Evaluación objetiva de riesgo de delincuencia juvenil, problemas familiares y otros factores similares (basado en 52 trabajos /16,191 personas).
Hallazgos y aplicaciones: Factores de reincidencia en personas con trastorno mental y sin trastorno mental. El historial criminal es el mejor predictor.
Ref.: Bonta, Law & Hanson (1998)

Test o  Método: Sistema de Puntuación de Gravedad delictiva
Variables Predictoras: Historia de agresiones graves, de tipo sexual e intimidaciones basado en un estudio sociológico de 600.000 participantes (USA)
Hallazgos y aplicaciones: Identifica por medio de puntuaciones elevadas el riesgo de graves conductas violentas.
Ref.: Wolfgang, Figliio, Tracy & Singer (1985)

Test o  Método: Psychopathy Check List – Revised (PCL-R)
Variables Predictoras: Factores que sugieren la explotación de los demás y un estilo de vida crónicamente inestable. Pocos ítems relacionados directamente con la violencia.
Hallazgos y aplicaciones: Las puntuaciones en esta escala son los mejores predictores individuales de violencia; sin embargo la escala no se diseñó con este objetivo y es solo aplicable a hombres adultos.
Ref.: Hare (1991) [Versión española: Moltó et al., 1999]

Test o  Método: Violent Risk Appraisal Guide (VRAG)
Variables Predictoras: Ítems de desarrollo de la personalidad, historia de conductas violentas y no-violentas. Incluye la puntuación en el  PCLR.
Hallazgos y aplicaciones: Predice para un intervalo de 7 a 10 años el riesgo de conductas violentas (no sexuales) en percentiles. Sólo para hombres adultos.
Ref.: Quinsey, Harris, Rice & Cormier (1998)

Test o  Método: Sex Offender Risk Appraisal Guide (SORAG)
Variables Predictoras: Items de desarrollo de la personalidad, historia de conductas anormales violentas y preferencias y desviaciones sexuales.
Hallazgos y aplicaciones: Predice, para un intervalo de 7 a 10 años, el riesgo de violencia sexual. Ofrece percentiles. Solo para hombres adultos.
Ref.: Quinsey, Harris, Rice & Cormier (1998)

Test o  Método: Meta-análisis de predicciones de violencia sexual
Variables Predictoras: Activación sexual desviada, historia de violencia, y factores de personalidad (basados en 61 estudios y 28.972 personas).
Hallazgos y aplicaciones: Seguimiento de un intervalo que oscila entre 15-30 años que muestran el 77% de riesgo de reincidencia en delitos sexuales.
Ref.: Hanson & Bussier (1998)

Test o  Método: Rapid risk assessment for sexual offense recidivism (RRASOR)
Variables Predictoras: Incluye factores de la relación con la víctima, delitos sexuales anteriores y edad del sujeto (muestra 2.592 personas).
Hallazgos y aplicaciones: Predice reincidencia en periodos de 5 a 10 años a partir de cuatro factores.
Ref.: Hanson (1997)

Test o  Método: Minnesota Sex Offender Screening Tool – Revised
Variables Predictoras: Factores de historial criminal, víctimas, consumo de tóxicos y otros.
Hallazgos y aplicaciones: Predicción en un plazo de 6 años el nivel de riesgo (elevado o bajo) de los agresores sexuales.
Ref.: Epperson, Kaul & Huot (1995)

Test o  Método: Static and dynamic risk assessment tools
Variables Predictoras: Historial de agresiones sexuales y factores de tipo demográfico y actitudinales.
Hallazgos y aplicaciones: Ofrece niveles de riesgo elevado, medio o bajo de reincidencia.
Ref.: Hanson (1997); Hanson, Scott & Steffy (1992)

Test o  Método: California Actuarial Risk Assessment Tables
Variables Predictoras: Factores e historial de la víctima y tipo de agresión sexual sufrida.
Hallazgos y aplicaciones: % reincidencia en un plazo de 5 años tanto entre violadores como abusadores infantiles.
Ref.: Schiller & Marques (1999)

Test o  Método: Spousal Assault Risk Assessment Guide (SARA)
Variables Predictoras: Historial de agresiones en contexto de parejas, ajuste psicosocial (estudios de un total de 2.309 sujetos).
Hallazgos y aplicaciones: Resumen de puntuaciones que predicen el riesgo que presentan los agresores domésticos y otros tipos de violencia en general.
Ref.: Kropp, Hart, Webster & Eaves (1999)

Test o  Método: Dangerousness Prediction Decision Tree
Variables Predictoras: Historia reciente de comportamientos violentos, Oportunidades y desencadenantes (Triggers) (HOT) de conductas violentas.
Hallazgos y aplicaciones: Predice a un plazo de 3 meses si un individuo tiene o no riesgo de comportarse violentamente a partir de un árbol de decisiones de 5 pasos.
Ref.: Hall (1987); Hall & Ebert (in press)

Test o  Método: Suicide Probability Scale
Variables Predictoras: Historia anterior, depresión actual, estrés y variables cognitivas (basado en una muestra de 1.158 personas)
Hallazgos y aplicaciones: Puntuación en términos de probabilidad de riesgo, de severo a liminar, de conducta suicida.
Ref.: Cull & Gill (1999 edition)

Test o  Método: HCR-20, Version 2
Variables Predictoras: Factores de riesgo de tipo: Histórico, Clinico y de gestión del Riesgo, presentados en un instrumento único a modo de protocolo de confirmación y guía.
Hallazgos y aplicaciones: HCR-20 existe en distintas lenguas y se ha utilizado en Europa.
Ref.: Webster, Douglas, Eaves & Hart (1997)

Test o  Método: SCR-20
Variables Predictoras: Guía Profesional para la evaluación del riesgo de violencia sexual.
Hallazgos y aplicaciones:SCR-20 existe en distintas lenguas y se ha utilizado en Europa.
Ref.:Boar, Hart, Kropp & Webster (1997)


TVR (Tabla de Variables de Riesgo)

Predicción del riesgo de quebrantamiento de permisos de salida de sujetos penados en prisión, a partir de 18 variables pertenecientes a 4 categorías de factores: persona, actividad delictiva, conducta penitenciaria y permiso.

La TVR fue diseñada a demanda de la Secretaría de Estado de Instituciones Penitenciarias del Ministerio de Justicia Español.

Clemente et al. (1993), Nuñez (1997)

De la mayoría de estas escalas e instrumentos no existen traducciones ni adaptaciones al contexto lingüístico castellano ni a los ámbitos jurídico-penales ni de trabajo profesional propios de España y los países latinoamericanos.


4.- Utilidad práctica de la predicción de la violencia.

La violencia en general y, en particular, algunas de sus formas más llamativas y espectaculares –como la violencia juvenil, el maltrato infantil, la violencia contra las mujeres y la violencia sexual- constituyen preocupaciones importantes y recurrentes de los ciudadanos y de los poderes públicos. Como consecuencia de ello, en el plano científico, estos problemas están recibiendo una atención creciente de parte de los investigadores (ver Science, 28 de Julio de 2000).
Sin embargo, cuando se analiza en términos globales este sector de la investigación, se constatan dos limitaciones importantes: en primer lugar, una gran heterogeneidad, dispersión y aislamiento de las temáticas tratadas y de las metodologías utilizadas; en segundo término, el carácter preponderantemente exploratorio y descriptivo de la mayoría de los estudios, que suelen limitarse a informar de cierta problemática (p. ej., la violencia juvenil en un determinado barrio o ciudad) sin derivar prescripciones específicas para el control o la reducción del problema en cuestión. En general existe una muy escasa vinculación –con algunas excepciones- entre la investigación básica sobre violencia y las prácticas y rutinas más frecuentemente utilizadas para su abordaje.

Frente a esta situación, en el terreno aplicado, las instituciones y agencias educativas, de servicios sociales, y de justicia –tanto de ámbito local, como regional o estatal- se enfrentan a retos operativos específicos, a saber: conocer los factores concretos que se vinculan a determinados comportamientos violentos para, en la medida de lo posible, anticipar el riesgo de que se produzcan y poder prevenirlos de maneras más eficientes. Los ejemplos pueden ser muy variados. Veamos algunos. En las escuelas (especialmente en ciertas edades -como el inicio de la adolescencia- y determinados contextos –ciertos barrios de las ciudades-) los docentes necesitan evaluar el riesgo de violencia de algunos de sus chicos y tomar la iniciativa al respecto; sin embargo, el sistema  escolar –y sus profesionales: directores de colegios, maestros, pedagogos, psicólogos...- carecen por lo común de instrumentos predictivos específicos y de programas de prevención e intervención adecuados (Redondo y Garrido, 2001).

Algo semejante acostumbra a suceder en los servicios sociales primarios y especializados (p. ej., protección a la infancia). Incluso los servicios e instituciones finalistas en el control de la violencia (como juzgados de menores, juzgados penales, centros de reforma juvenil y prisiones) no suelen disponer de la tecnología necesaria para acometer estas tareas de una manera sistemática y efectiva (pueden encontrarse numerosos ejemplos de ello, para diferentes países europeos, en: Lösel, Bender y Bliesener -eds.-, 1992;  Davies, Lloyd-Bostock, McMurran y Wilson -eds.-, 1996; Redondo, Garrido, Pérez y Barberet -eds., 1997; y en distintos contextos jurídico-penales del ámbito español y latinoamericano en: Urra y Vázquez Mezquita, 1993; Redondo, 1993; Clemente, 1995;  Urra y Clemente, 1997; Clemente y Nuñez -I y II, 1997; y Redondo y Garrido, 2001).

Por ejemplo, cuando frente a un caso de violencia doméstica, un juez debe decidir acerca del encarcelamiento o la libertad provisional de un agresor, en función del riesgo de nuevas conductas de maltrato, con gran frecuencia debe hacerlo en el vacío de información técnica al respecto. Más allá de la buena voluntad y la experiencia de los profesionales que trabajan en estos sectores (juristas, psicólogos, trabajadores sociales, etc.) son muy escasos los instrumentos y procedimientos disponibles para llevar a cabo eficazmente las tareas de predicción y prevención. Las múltiples funciones a las que deben atender  estos profesionales y el frecuente desconocimiento de los resultados de la investigación en la materia dificultan enormemente sus posibilidades de acción. (El problema al que nos estamos refiriendo tiene una ingente magnitud social. Los comportamientos violentos –en diferentes formas e intensidades-aparecen en las familias, en las escuelas, en los barrios, en los locales públicos, en las prisiones, etc. Paralelamente a la amplitud del problema, es considerable el número de profesionales y técnicos sociales –maestros y educadores, trabajadores sociales, psicólogos, abogados, policías, jueces y fiscales....- que o bien deben resolver a menudo situaciones de violencia aunque tal cometido no constituya la esencia de su función -el caso de los maestros-, o bien tienen como cometido profesional el propio control de la violencia -el caso de los policías-. Baste lo dicho para imaginar el exorbitante presupuesto público que, de una u otra forma, se destina a servicios y profesionales que tratan con estas problemáticas).

En síntesis, con objeto de mejorar progresivamente nuestras posibilidades de control de los comportamientos violentos, consideramos imprescindible una paulatina integración de la investigación básica sobre violencia con las necesidades sociales y aplicadas en esta misma materia, que permita ir derivando instrumentación técnica de utilidad práctica para las instituciones y los profesionales que trabajan en este sector. En esta dirección, sería necesario crear y validar para el contexto español instrumentos y procedimientos de predicción del riesgo de violencia así como formular programas de prevención que estén estrechamente relacionados con la información generada por los procesos de  predicción. Esta información la constituyen los llamados factores de riesgo y los desencadenantes, en parte ya conocidos actualmente y que son el núcleo conceptual de la predicción y prevención del comportamiento violento.

Desde un punto de vista científico, la predicción y la prevención se hayan íntimamente vinculadas por tres razones fundamentales. En primer lugar, porque una detección eficaz de los individuos y contextos en mayor riesgo de violencia es la condición necesaria para la aplicación eficaz de medidas preventivas correctoras. En segundo término, porque lo que vamos aprendiendo sobre los factores de riesgo de comportamientos violentos (ciertas características personales, carencias educativas, déficit cognitivos, etc.) nos orienta sobre los objetivos y estrategias que debemos utilizar para erradicarlos o reducirlos. Es decir, el conocimiento de los factores de riesgo constituye la base de los programas preventivos y de tratamiento de la violencia. Por último, porque los resultados obtenidos por los programas –es decir, sobre la mayor o menor efectividad de cada tipo de programas- constituye, a la postre, una nueva reevaluación de nuestros conocimientos sobre predicción –si tomamos en cuenta que los programas parten de tales conocimientos predictivos-.

En la dirección apuntada de vinculación estrecha entre predicción y prevención, resultan especialmente relevantes los estudios meta-analíticos desarrollados por Andrews et al. (1990), Andrews y Bonta (1994), y sobre todo Gendreau, Little y Goggin (1996), quienes a partir del análisis de 131 muestras (que incluían más de 750.000 sujetos, tanto jóvenes como adultos) pusieron de relieve la existencia de dos grupos de factores de riesgo diferenciados: los denominados factores estáticos, inherentes al sujeto o a su pasado y difíciles de cambiar, y los dinámicos, o factores individuales y ambientales que pueden cambiarse mediante las oportunas intervenciones técnicas (véase figura anterior).  Esta diferenciación es muy relevante para la prevención ya que apunta en la dirección de aquellas variables preferentes para los objetivos de las intervenciones y programas de tratamiento (Redondo, Garrido y Sánchez-Meca, 1997; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999, 2002).

Ya hemos dicho que la utilidad primordial de la predicción del riesgo de comportamientos violentos es evitar que estos se produzcan y por tanto prevenir la violencia es la finalidad indirecta que persigue la predicción. Pero de forma más inmediata los objetivos que tienen los procedimientos de predicción de riesgo de comportamientos violentos desarrollados técnicamente se pueden identificar como los siguientes:
 a).- guiar la intervención de los profesionales en las tareas de predicción y no dejar a su libre criterio el procedimiento de estimación del riesgo ya que este método se ha demostrado poco fiable, de dudosa valides e irrefutable.
b).- mejorar la consistencia de las decisiones al tener en cuenta sistemas contrastados de recogida de datos relevantes y significativos de la historia biográfica del sujeto, de sus variables clínicas de estado y de la situación (factores de riesgo/protección) que rodean al sujeto sobre el que hay que predecir su comportamiento futuro. Además de esta recogida selectiva de información se requiere normas de combinación ponderada de los datos para que la toma de decisiones sea precisa y fiable.
 c).- mejorar la transparencia de las decisiones, como consecuencia de utilizar procedimientos de predicción basados en instrumentos clínico-actuariales o actuariales, se dispone de un registro de los distintos pasos del proceso de predicción aportando transparencia a la decisión y recomendación finales.
 d).- proteger los derechos de los clientes y usuarios, es otra de las consecuencias prácticas de seguir buenas pautas de predicción ya que las decisiones, a veces útiles y acertadas pero otras veces no, se pueden analizar a la luz de los derechos que protegen a los clientes y usuarios de los sistemas de atención a los agresores/víctimas.

En resumen y como reflexión final, según Steve Hart, psicólogo de la Universidad Simon Fraser de Vancouver (Canadá) y  Presidente de la sección de Psicología Jurídica de la Asociación de Psicología Americana,  la evaluación del riesgo de violencia consiste en caracterizar (identificar) el riesgo de que los individuos cometan actos violentos en el futuro. La finalidad de esta evaluación puede ser clínica (intervenir, prevenir, actuar urgentemente,...) o jurídica (tomar decisiones penales, sobre libertad condicional, etc....). La predicción de la violencia es posible si atendemos a que lo predecible es el riesgo de aparición de la conducta violenta, no la conducta en sí misma.
Esta predicción se puede hacer de forma fiable y válida si la fundamentamos en procedimientos técnicos. He aquí algunas recomendaciones:
La evaluación del riesgo debe realizarse de manera científica, profesional y de acuerdo a las consideraciones legales propias de cada marco jurídico concreto.

El riesgo puede y debe ser evaluado de distintos modos y procedimientos.
En promedio, la evaluación del riesgo de violencia es tan bueno como la mayoría del resto de pronósticos tales como el meteorológico, el financiero, el industrial, el médico, etc.
No es posible realizar predicciones específicas  de violencia futura en un individuo determinado con un elevado nivel de certeza o de previsión científica. No podemos conocer el riesgo, simplemente podemos estimarlo asumiendo ciertas restricciones temporales y de contexto.

Estas aportaciones y comentarios, descritos a partir de lo que hoy es la actualidad científica del problema de la predicción del comportamiento violento pretenden únicamente destacar la importancia de utilizar procedimientos contrastados y fiables, generados en el contexto de la investigación clínica y actuarial, para la cotidiana labor profesional de los psicólogos que actúan en los campos variados de aplicación de la psicología jurídica, forense y criminal.
Todavía hoy en España estamos comenzando esta tarea pero de buen seguro que la voluntad de aplicarla hará que, como en otros tantos campos, la puesta a punto será muy rápida y de la calidad que la realidad profesional demanda.

(1)Como resulta evidente el término determinista tiene aquí una acepción probabilística, propia de la metodología científica, que permite afirmar que la presencia de ciertos factores antecedentes (A) hace más probable la aparición de la conducta violenta (B), y en ningún caso sugiere un determinismo lógico-formal en términos de dado A necesariamente sucederá B.

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(Comunicación preparada en el marco del proyecto del MCYT-FEDER SEC2001-3821-C05-01)

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