miércoles, 5 de enero de 2011

Personalidad y conducta antisocial: amplificadores individuales de los efectos contextuales 2000.Jorge Sobral, Estrella Romero, Ángeles Luengo y José Marzoa Universidad de Santiago

El principal propósito de esta investigación fue evaluar las relaciones de interacción entre una serie de predictores de conducta antisocial previamente identificados en una muestra de 3.186 adolescentes. Sobre ellos se recabó información sobre diversas variables personales y contextuales. Se evaluó la influencia de cada factor y, posteriormente, se evaluó el grado en que algunas características de personalidad modulan la influencia de aspectos familiares, escolares, grupales y socioeconómicos sobre la conducta antisocial y/o delictiva de los muchachos de la muestra. Los resultados se interpretan en relación a la necesidad de superar las perspectivas aditivas no interactivas en el campo. Finalmente, se analizan las implicaciones metateóricas de estos resultados.
Personality and antisocial behaviour: Individual potentiators of contextual effects. The principal aim of this study is to assess the effects of interactions between predictors in determining their impact on self-reported delinquency in Spanish school adolescents. Data were gathered on 3.186 adolescents for several contextual and personal characteristics. Initially,  analyses were performed to establish the influence of each factor; subsequently, hierarchical regression analysis was used to determine the degree to which personal variables  modulate the influence of family, school, peer groups, and socioeconomic factors. Results are interpreted with emphasis on the need for an interactive non additive perspective. Finally, some metatheoretical considerations are discussed.

En las últimas décadas se ha dedicado un ingente esfuerzo de investigación a la detección de los llamados «fa ctores de riesgo» de delincuencia juvenil. Movidos tanto por intereses estrictamente científicos como por evidentes necesidades político–sociales, los investigadores en el campo han consumido sumas muy considerables que fueron puestas a su disposición por gobiernos y todo tipo de agencias preocupados por el malestar y alarma social asociados a la delincuencia. El propósito último no fue sino poner a disposición de los planificadores políticos instrumentos de ingeniería socioindiv idual que permitieran reducir los niveles de conducta antisocial, en sentido amplio, y de conductas delictivas en particular. Así, florecieron por doquier programas con pretensión  inmunizadora (el ideal preventivo como solución minimizadora de costes) y/o re educadora / terapéutica (la rehabilitación como objetivo subsidiario, una vez que los controles han fracasado). Es en este contexto en el que florece la investigación sobre elementos de riesgo con algún poder profético cuantificable empíricamente (la  redicción como ideal último de las ciencias sociales útiles). Recientemente, además, y de la mano de los factores deriesgo, surge con fuerza la búsqueda en la otra cara de la moneda: esto es, los facto res bio-psico-sociales que parecen funcionar como elementos de prevención espontánea : los elementos de protección no diseñados deliberadamente.
Fruto de todo ello ha sido la identificación de toda una panoplia de factores que, en mayor o menor medida, se asocian en modo relevante con la conducta antisocial (véase, por ejemplo, Farrington,1997; Farrington, 1998; Rutter, Giller y Hagel, 1998). Lo cierto es que, como ahora se suele reconocer, el estudio de estos factores se ha desarrollado de un modo poco integrado, generando enorme cantidad de resultados parciales que hoy nos parecen piezas sueltas de un gigantesco puzzle por componer. Por ejemplo, no pocos estudios han centrado su interés en un conjunto de factores contextuales; entre ellos valgan los siguientes botones de muestra.
La  familia ha recibido una amplia atención como locus en el que se desarrollan una serie de procesos que pueden entenderse como eventuales antecedentes de posterior delincuencia en la juventud y/o en la edad adulta (McCord, 1991). Se han escrutado desde aspectos estructurales de la unidad familiar (tamaño, orden de nacimiento) hasta variables de ambiente afectivo: la intensidad y cualidad de los vínculos afectivos con los padres (en la clásica teoría acerca del «control social» de Hirschi, 1969; Canter, 1982), el papel de las pautas de crianza por lo que se refieren al uso de estrategias más o menos punitivas en el control disciplinario y el de los diferentes niveles de supervisión parental (se ha determinado, por ejemplo, lo inadecuado de las estrategias de «laissez faire» y su opuesta de uso excesivo del castigo. Synder y Patterson, 1987). Y, además, se ha relacionado lo uno con lo otro, advirtiéndonos del explosivo cóctel que se produce cuando se dan la mano estrategias de no supervisión por parte de los padres y unos débiles vínculos afectivos entre éstos y sus hijos (Henggeleer, 1989).
Más allá del ámbito familiar, se ha mostrado interés por el contexto de socialización escolar y los puentes que desde él se puedan tender hacia la conducta antisocial: el fracaso escolar, los bajos niveles de autoestima asociados a las autopercepciones que los chicos desarrollan en ese ambiente concreto, el papel de los compañeros a la hora de proporcionar al sujeto grupos que funcionen como marcos iniciáticos en el consumo de determinadas sustancias, etc. (Svobodny, 1982; Swaim, 1991). Aunque también es cierto que algunos no se han olvidado de que las influencias escolares no siempre son negativas, y a menudo permiten mejorar el aprendizaje de las habilidades y respuestas prosociales (Beland, 1996).
Y, todavía dentro del escaparate contextual, no podía dejar de tener un lugar destacado el grupo de iguales; hoy sabemos bien que los elevados niveles de implicación con pares delincuentes es uno de los más intensos (sino el que más) correlatos de la conducta antisocial. Ahora bien, la capacidad explicativa de tales datos debería modularse si pensamos que es perfectamente posible que la pertenencia a unos u otros grupos pueda ser una elección entre alternativas, «dirigida», de modo más o menos consciente, por determinados estilos personales (Romero, Luengo y Otero, 1995;Thornberry et al.,1994; Wright et al.,1997); de modo tal que podemos estar atribuyendo erróneamente determinados comportamientos a la pertenencia grupal cuando ella misma se produce como un resultado de determinados mecanismos de selección individual (con metas y planes más o menos explícitos). Es más, extremando esta línea de razonamiento, Harris (1995; 1999) y Loelhin (1997) coinciden en señalar la existencia de un camino directo desde la posesión de determinados genes hasta la inserción en ciertos grupos de adolescentes, camino para cuyo recorrido sería relativamente irrelevante el rol desempeñado por los padres. Sea como sea, nadie discute hoy la potente vinculación que finalmente se presenta entre delincuencia y relación con pares desviados (Akers,1997).
Finalmente, y hablando de contextos, se ha relacionado la conducta antisocial con el «contexto » que determina otros contextos: el estatus socioeconómico familiar. A pesar de las enormes controversias producidas sobre la espinosa relación que pudieran mantener la clase social y la delincuencia, la cuestión está lejos de ser aclarada (Farnworth et al., 1994; Wright et al., 1997). Por ejemplo, Romero (1996), trabajando con una amplísima muestra de adolescentes gallegos no encontró relación significativa entre clase social y conducta antisocial autoinformada; es más, las dif erencias en el grupo de las chicas apuntaban en sentido contrario a las suposiciones clásicas.
Por otra parte, y cambiando el foco del análisis, muchas investigaciones se han centrado en las posibles influencias de factores individuales, esto es, propios del patrimonio personal de cada sujeto particular. Parece que recientemente se está corrigiendo la escasa atención que habían recibido en la criminología clásica los factores de personalidad, probablemente un tanto estigmatizados todavía por viejas orientaciones deterministas que vincularon en el pasado a las características individuales con la «criminalidad congénita» y lindezas por el estilo. Hoy en día, relacionar la conducta antisocial con determinadas estructuras de personalidad dentro de un marco tendencial, a través de la influencia de estas en los procesos de ajuste normativo, de modo meramente probabilístico— general y nunca determinista-individual—,  no tiene porqué
escandalizar a nadie (Andrews y Bonta, 1994; Romero, Sobral y Luengo, 1998; Sobral, Romero y Luengo, 1998). Así, la investigación en esta área ha tenido recientemente un incremento muy notable, avanzando sobre todo en dos direcciones preferentes: a) El análisis de la influencia de características psicobiológicas o tem peramentales; a saber, la extraversión, el neuroticismo, el psicoticismo (en la seminal concepción eysenckiana (Eysenck,1964)), la impulsividad (variable clave en la explicación de la delincuencia en el modelo de Gray (Gray, 1972) y cuya relevancia ya nadie discute a la luz del impresionante apoyo empírico que ha recibido su vinculación con la delincuencia, así como con la conducta antisocial y el comportamiento violento, etc., mostrando además una notable homogeneidad transcultural (White et al., 1994; Romero, 1996)), la búsqueda de sensaciones (ingrediente sustancial del modelo biopsicológico de Zuckerman, y variable que se ha mostrado como una de las asociaciones más consistentes y potentes con la conducta antisocial, superando la prueba de las muy diferentes muestras en cuanto a género, edad y contexto sociocultural (véase Romero, Sobral y Luengo, 1999; Chico, 2000)). Y b) la otra línea de investigación que suele agruparse bajo el cobijo conceptual de los factores individuales hace referencia a la influencia de las llamadas variables sociocognitivas , en un intento de resaltar la intención de referirse así a un conjunto de elementos que, sin dejar de ser patrimonio de lo individual, hablan de un sujeto conectado a personas y eventos del entorno. Es en este contexto en el que nos encontramos con la influencia sobre la conducta antisocial de las expectativas, el locus de control, las destrezas en el manejo interpersonal, la autoestima y la jerarquía de valores del individuo. No pocos estudios han hallado relevantes conexiones empíricas entr e esas variables y el comportamiento antisocial y/o delictivo (p.ej., Catalano y Hawkins, 1997; Romero et al., 1999 a).
Ahora bien, por desgracia, la interacción entre factores contextuales, temperamentales y sociocognitivos, por lo que hace a sus efectos sobre el comportamiento que nos ocupa, se ha sometido a prueba en muy escasas ocasiones (Luengo, 1985; Romero et al.,1999b). Sus contribuciones parciales han sido, desde luego, reveladoras, pero ello no debe permitir que olvidemos que en el mundo real las variables operan de modo interrelacionado, interdependiente y, en muchas ocasiones, simultáneo. La inmensa mayoría de los investigadores que se han ocupado de estos asuntos (con algunas notables excepciones, p.ej., Raine y Venables, 1984; Farrington, 1994; Farrington, 1997) parecen haber asumido una perspectiva aditiva: a más factores de riesgo presentes, mayor probabilidad de conductas problemáticas. Seguramente las cosas distan de ser tan sencillas; es muy probable que la co-presencia de esos factores implique que alguno modere el efecto de algún otro, que a su vez pueda amplificar el de un tercero, y así en adelante. Como bien saben los expertos en  sistemas complejos, suele ser la dinámica funcional interactiva la que permite aclarar (cuando es posible) cual sea la contribución real de cada variable a un determinado estado resultante del sistema. Y, a buen seguro, la investigación en el ámbito de la predicción de las conductas delictivas y/o antisociales también debe ser deudora de su efecto mariposa particular.
Lo cierto es que las escasas líneas de investigación que han tenido como finalidad el análisis de algunas de esas interacciones han ofrecido resultados interesantes. Por ejemplo, los de aquellos trabajos acerca de los factores de protección o inmunización (Lösel and Bliesener, 1994; Luthar et al.., 1993; Werner,1987) que diseccionan ciertas interacciones complejas entre factores psicosociales, recurriendo en ocasiones a la iluminadora perspectiva longitudinal; concretamente, hay una pregunta que debe ser respondida: ¿Qué ocurre cuando tenemos adolescentes que reúnen un amplio conjunto de factores de riesgo y, sin embargo, no desarrollan patrones de conducta antisocial? ¿Qué les está protegiendo, que variables amortiguan o eliminan los efectos de los factores de riesgo? Son muchas las voces (p.ej., Raine et al., 1997) que en la última parte de la década claman por estudios diseñados para obtener información sobre tales cuestiones, incluyendo las de aquellos que ponen un énfasis muy particular en la consideración del papel que en este interjuego (amplificar, amortiguar) pueda corresponder a ciertos factores biológicos.
Así pues, no es difícil argumentar acerca de la necesidad de estudiar los efectos de las interacciones para mejor comprender los procesos implicados en la génesis, mantenimiento y prevención de la delincuencia. Ahora bien, aunque la finalidad sea lo suficientemente atractiva como para despertar todo tipo de entusiasmos, tampoco conviene olvidar que el análisis de interacciones complejas implica notables dificultades metodológicas (en la «prueba») y hermenéuticas (en la búsqueda de los «códigos semánticos» interpretativos). Sin embargo, el balance de dificultades y beneficios potenciales no dejan lugar a dudas: debemos intentarlo (McClelland y Judd, 1993).

Método
La motivación última de este trabajo es hacer alguna contribución significativa al conocimiento de ciertas interacciones entre predictores de conducta antisocial, con una atención muy especial a las diferencias relevantes que puedan aparecer vinculadas al género. Y lo hemos intentado haciendo un notable esfuerzo de muestreo entre adolescentes españoles. Reclutamos datos acerca de una serie de variables contextuales y personales. Concretamente, después de algunos análisis previos, utilizamos la técnica de la regresión jerárquica con la intención de determinar el grado en que algunas variables de personalidad puedan modular en intensidad relevante la influencia del mundo familiar, escolar, interpersonal /grupal, así como la de los aspectos socioeconómicos.

Participantes
Se recabaron datos sobre 3.186 adolescentes españoles (todos ellos residentes en ciudades de 9.000 habitantes o más de Galicia); 1729 de ellos fueron chicos y 1.457 chicas, de entre 14 y 19 años (edad media de 16.04 años). Los sujetos estaban escolarizados, el 83.9% en colegios públicos y el 16.1% en colegios pr ivados. Se trató de una muestra representativa de la población gallega escolarizada en ese rango de edad. Los centros fueron seleccionados aleatoriamente de entre un listado de centros de la Comunidad Autónoma Gallega.Nuestro propósito fue que la amplitud de la muestra fuera correlativa a la amplísima información que se recabaría sobre ella.

Variables e Instrumentos
Habida cuenta de su amplitud , nos ha parecido pertinente presentar de modo correlativo, y ordenadas por ámbitos, cada variable seguida del instrumento aplicado en su evaluación, para una mejor comprensión de la estructura interna de la investigación.
Se evaluaron, por tanto, las siguientes variables con los consecuentes instrumentos: a) Por lo que se refiere a los ámbitos  familiar y escolar las variables consideradas fueron: número de hermanos y hermanas, orden de nacimiento, apego a los padres, apoyo parental percibido, prácticas punitivas, relaciones entre hermanos, relaciones entre los padres, apego escolar y fracaso escolar A tal objeto se utilizaron los siguientes instrumentos: ítems elaborados «ad hoc», Inventory of Parent Attachment (Armsden y Greenberg, 1987), y el Cornell Inventory of Socialization (Devereux et al., 1974); b) En cuanto al grupo de iguales , se indagó, con ítems «ad hoc» acerca de la relación más o menos estable con iguales delincuentes; c) El estatus socioeconómico de las familias de procedencia, que fue evaluado a través del complejo Hollingshead´s Index (Hollingshead, 1975); d) Por lo que se refiere a las variables de personalidad, éstas fueron las evaluadas y su correspondiente instrumento: Búsqueda de sensaciones (Sensation Seeking Scale, Zuckerman, 1979), Impulsividad (Impulsiveness Scale, Eysenck et al., 1984), Autoestima (Coopersmith Self-Esteem Inventory, Coopersmith,1967), Empatía (Empathy Index, Bryant, 1982) y Locus de control (diseccionado en Externalidad en las relaciones sociales, Externalidad en el fracaso personal, Internalidad y responsabilidad personal e Internalidad en relación con el logro, a través del cuestionario de Locus de control de niños y adolescentes—LUCAD— de Pelechano y Baguena, 1983); e) Se determinó el nivel de conducta antisocial de cada sujeto a través del Cuestionario de Conducta Antisocial— CCA – desarrollado en nuestra universidad (Luengo et al., 1994), y que a través de 82 ítems indaga acerca de la frecuencia de conductas de vandalismo, robo, agresión, violación de normas y el uso y comercio con drogas. Su fiabilidad y validez han sido probadas en diversos estudios (véase Romero, 1996).

Procedimiento
Todos los sujetos cumplimentaron los cuestionarios durante su horario escolar, en aplicación colectiva en sus aulas y grupos habituales, bajo la supervisión de personal entrenado y sin la presencia de sus profesores u otras autoridades escolares. Los estudiantes participaron voluntariamente (rechazaron colaborar el 1,3%), y recibieron estrictas garantías de confidencialidad y anonimato.

Resultados y discusión
En primer lugar se realizó un análisis de correlación parcial para determinar las relaciones entre conducta antisocial y los factores considerados. Posteriormente, utilizamos un análisis de regresión para seleccionar los factores de riesgo más predictivos. Y, por último, para abordar el objetivo último de este trabajo (el análisis de ciertos efectos interactivos) utilizamos los análisis de regresión jerárquica con términos multiplicativos al objeto de evaluar la interacción entre pares de variables. Para minimizar los efectos de la multicolinealidad, las variables fueron centradas previamente (véase Jaccard, Turrisi y Wan, 1990). Con la finalidad de su representación gráfica se utilizaron los valores de los predictores seleccionados que obtuvieron una desviación típica arriba y abajo de la media (Cohen y Cohen, 1983). Es importante señalar que el efecto de la edad se mantuvo controlado en todos los análisis.

Los resultados de los análisis cor relacionales entre la conducta antisocial y los factores socioeconómicos, familiares grupales, escolares y de personalidad mostraron un patrón clásico: la conducta antisocial se relacionó débilmente con el estatus socioeconómico (r=-.06; p<.05 en chicos; r=-.05; p<.05 en chicas), al tiempo que se relacionó de manera potente con algunas variables de funcionamiento familiar (p.ej., con el apoyo parental en chicos, r=-22; p<.001; con el apego a los padres en chicas, r=-.17; p<.001) y. de modo especialmente fuerte con el contacto con iguales delincuentes (r=.52; p<.001 en chicos; r=.54; p<.001 en chicas). Esta fue la asociación de mayor intensidad de entre todas las encontradas. Además, la conducta antisocial se relacionó de modo significativo con determinados lazos afectivos generados en el contexto escolar (el apego escolar; r=.20; p<.001; solo en el grupo de los chicos) y mostró un patrón asociativo típico y consistente con algunas de las variables de personalidad más investigadas en este campo (p.ej., con la Impulsividad: r=.31; p<.001 en chicos; r=.32; p<.001 en chicas; o con la Búsqueda de sensaciones: r=.32; p<.001 en chicos; r=.35; p<.001 en chicas).
En este panorama asociativo, aunque mostró una gran homogeneidad para el conjunto de la muestra, se hacen notar algunos resultados diferenciales vinculados al género. A saber: a) la correlación obtenida entre conducta antisocial y el tipo de relaciones con hermanos/as, fuerte en chicos (r=-.14; p<.001) y no significativa en chicas; b) la correlación entre conducta antisocial y empatía(de intensidad moderada y signo negativo, solo en chicos); y c) la asociación entre conducta antisocial y la internalidad para la responsabilidad personal fue relativamente intensa y negativa en chicos (r=-.09; p<.01), pero ir relevante en chicas. Así pues, el panorama de relaciones con la conducta antisocial autoinformada, visto a través del filtro de género, parece ofrecer un patrón de alguna especificidad: en chicos, tal conducta estaría relacionada con la calidad de sus relaciones con hermanos y hermanas, muestra una asociación significativa e inversa con los niveles de empatía (clásicamente más bajos que en chicas) y, además, aparece una mayor implicación de las creencias acerca de la responsabilidad personal.
Más allá del significado que estas asociaciones tengan en sí mismas, nuestro interés, en el contexto del principal propósito de este estudio, fue que las correlaciones significativas sirvieran al fin de seleccionar aquellas variables a considerar como potenciales predictores en una serie de ecuaciones de regresión (stepwise).

Considerados de manera global, tanto los resultados del análisis correlacional simple como de las ecuaciones de regresión son esencialmente consistentes con algunos de los hallazgos más sólidos de la moderna criminología. Y utilizamos aquí lo de sólido en el sentido que se pueda dar a ciertos resultados que gozan de un soporte empírico consistente y acumulativo, aunque no desconocemos las críticas que a este planteamiento se puedan hacer desde órbitas más antipositivistas (en cuanto a la propia concepción de la solidez sustentada en resultados empírico/cuantitativos en las ciencias sociales) ni olvidamos los déficits que previamente hemos recordado en referencia a la general ausencia de planteamientos armonizadores e interactivos. Lo cierto es que en este estudio la conducta antisocial (y su subconjunto de comportamientos estrictamente delictivos) aparecen vinculadas con notable potencia estadística a los siguientes predictores: a) Por lo que se refiere al contexto familiar nuestros resultados tienen un amplio grado de  coincidencia con los obtenidos por algunos de los trabajos más reputados en el campo (p.ej., Hoffman, 1993; McCord, 1991); concretamente, la conducta antisocial parece en dependencia del nivel de apego a los padres (sólo en chicas muestra esta variable capacidad relevante de explicar varianza), del nivel de apoyo recibido por parte de estos, de la percepción acerca de las propias relaciones existentes entre sus padres, de las relaciones entre hermanos/as, y con el hecho de ser destinatarios de tácticas de disciplina más o menos punitivas. Las variables de estructura (número de hermanos, orden de nacimiento) son seleccionadas por la ecuación de regresión sólo en el grupo de las chicas y en los últimos pasos de la extracción de predictores. Por lo tanto parece que el género se muestra como una variable matizadora de no poco interés. De nuevo nos hallamos ante la diferente estructura afectivo-relacional de chicos y chicas; b) Por lo que hace referencia al contexto escolar, el fracaso escolar aparece fuertemente vinculado a la conducta antisocial, aunque únicamente en el grupo de los varones. Curiosamente, el apego hacia el propio ambiente escolar fue el único  predictor de conducta antisocial seleccionado en este contexto en el grupo de las chicas (en línea con los planteamientos de la teoría del control social) , lo cual alerta aún más sobre la especial relevancia de lo afectivo en el grupo de las chicas. Mientras en ellos cobra relevancia la ejecución más o menos exitosa, en ellas parece jugar un rol más notable el universo de afectos ahí generados; c) En relación a la inserción grupal, encontramos en este trabajo un resultado clásico: la asociación con iguales delincuentes muestra una asociación muy potente con el nivel de conducta antisocial individual, aunque la dificultad de integración de tales hallazgos en un marco teórico más complejo ya fue comentada previamente; d) En cuanto al estatus socioeconómico, su relación con la conducta antisocial informada por nuestros sujetos fue débil y negativa, lo cual, aunque no deja de sorprender a algunos, es un resultado frecuente en este campo (p.ej., Junger-Tas et al., 1994; Romero, 1996; Sobral, 1999); e) Por lo que se refiere a las variables de personalidad, nuestros resultados vienen a acumularse con otros en lo que se muestra el potente poder predictivo de la Impulsividad y la Búsqueda de sensaciones sobre la conducta antisocial. Pero debemos añadir el importante impacto de las creencias acerca del «control externo sobre el fracaso personal» que encontramos en este estudio. Por lo que se refiere a las eventuales diferencias asociadas al género, debemos señalar que, en lo tocante al ámbito de las diferencias individuales, el panorama es de una gran homogeneidad en chicos y chicas, con una notable excepción: las percepciones acerca del «control externo en las relaciones sociales», predictor seleccionado por la ecuación de regresión únicamente en el grupo de las chicas; de nuevo podríamos estar ante otro ejemplo de ciertos efectos de socialización diferencial, en la medida en que las chicas parecen ser más entrenadas en la interdependencia personal. En apoyo de esta interpretación estaría la superior cor relación encontrada en el grupo femenino entre conducta antisocial e implicación con iguales delincuentes.
Si nos detenemos en el análisis de las interacciones (el objetivo prioritario de este trabajo), encontramos muy significativas interacciones entre factores de personalidad, factores psicosociales y estatus socioeconómico. Empezaremos por considerar las interacciones Familia X Personalidad (Tabla 2), ayudándonos de la representación gráfica , por economía de espacio, de solamente algunas de ellas.
Podemos observar interacciones muy potentes entre factores de personalidad y variables «familiares». Así, la Búsqueda de sensaciones, la Impulsividad y la Externalidad para el fracaso personal parece modular de modo decisivo los efectos sobre la conducta antisocial de algunas variables de funcionamiento familiar (apoyo parental, relaciones entre padres, apego a la familia y niveles punitivos de las tácticas disciplinarias). Los datos son muy elocuentes: el bajo apoyo, el escaso apego a las figuras paternas y las percepciones acerca de las relaciones entre los padres muestra una fuerte influencia sobre los niveles de conducta antisocial únicamente cuando se combinan con altos niveles de Búsqueda de Sensaciones.
El patrón interactivo entre variables «familiares», Impulsividad y conducta antisocial es muy similar. En resumen: la influencia de las variables del contexto familiar se aminoran hasta resultar ir relevantes cuando son bajos los niveles de Impulsividad y de Búsqueda de Sensaciones de los sujetos insertos en tales contextos; parece, por lo tanto, que las mencionadas diferencias individuales (que, conjuntamente, podríamos etiquetar como «patrón desinhibido») funcionan como un  catalizador decisivo respecto a los procesos que inhiben y/o facilitan con su mayor o menor presencia. La figura 2 muestra una interacción de gran interés entre el tipo de prácticas punitivas de los padres y la «externalidad» relativa al fracaso personal en las chicas de nuestra muestra: las prácticas punitivas parecen tener un mayor efecto sobre la conducta antisocial cuando la externalidad para el fracaso personal es baja. Quizá bajo disciplinas muy coercitivas la elevada externalidad genere, en algún grado, inhibición y pasividad: a fin de cuentas, no poseo el control sobre las claves de la situación (lo cual nos remitiría al marco explicativo de la indefensión aprendida); por el contrario, aquellos que posean unas creencias de mayor internalidad cuando se hallen ante contextos disciplinarios muy punitivos podrían desarrollar pautas reactantes de carácter agresivo y/o violento. De tal modo, estos sujetos estarían buscando una vía expresiva de protesta, al tiempo que intentan recobrar o mantener el control amenazado. Obviamente, se necesitan más trabajos que se diseñen específicamente para aclarar estas posibles explicaciones.
Otro tipo de interacciones sobre las que quisimos indagar fueron aquéllas que se pudieran producir entre las características de personalidad y las variables relacionadas con el contexto escolar. Pues bien, es muy notable el poderoso efecto modulador de la Búsqueda de sensaciones y de la Impulsividad (en chicos y chicas) sobre la repercusión del apego escolar en la conducta antisocial. En las figuras que hemos seleccionado para ejemplificar  estos resultados ello aparece representado con toda claridad: las diferencias en conducta antisocial entre las condiciones de «Alto apego escolar» y «Bajo apego escolar» fueron espectaculares solamente cuando los sujetos mostraron altos niveles de Impulsividad y de tendencia a la Búsqueda de Sensaciones. Ello parece sugerir que estas características «temperamentales» de personalidad serían una condición necesaria para que los lazos afectivos (en la familia, en la escuela) jueguen un papel relevante en la producción de la conducta antisocial. Aunque con menor intensidad, y solamente en el grupo de chicas, las creencias externas acerca de la interpretación del fracaso personal, parecen jugar el mismo rol amplificador respecto a la importancia del apego escolar en tanto a la repercusión de éste sobre la conducta antisocial.
En relación las interacciones significativas entre características de personalidad y la implicación con pares delincuentes, destacan dos resultados: a) En primer lugar, el efecto de tener relaciones habituales con pares delincuentes sobre la conducta antisocial es muy importante, incluso cuando los niveles de Impulsividad y Búsqueda de sensaciones son bajos (sobre todo, ello es cierto en el grupo de los chicos. Por supuesto, los niveles de conducta antisocial se disparan cuando a la relación conmiguales delincuentes se le asocian valores elevados en estas variables temperamentales, pero el factor grupal tiene potencia por sí mismo. Quizás éste fuera un buen ejemplo de caso particular en que resulte más adecuada una perspectiva aditiva sobre la conjunción de varios factores; b) Sin embargo, y hablando de las chicas, la influencia de los contextos grupales problemáticos sobre la conducta antisocial parece más interdependiente de los valores que adopten las variables de personalidad, sobre todo la tendencia a la Búsqueda de sensaciones . Los coeficientes beta de Impulsividad y Búsqueda de sensaciones son sensiblemente más elevados en el grupo de las chicas que en el de los chicos.
En cuanto a las interacciones significativas detectadas entre características de personalidad y el estatus socioeconómico de las familias de procedencia de nuestros adolescentes, los resultados son muy elocuentes. Por una parte, sólo se obtuvieron interacciones significativas en el grupo de las chicas; por otra, el bajo estatus socioeconómico sólo resultó relevante en relación a la conducta antisocial cuando se combinó con elevada Impulsividad, elevada Búsqueda de sensaciones y (aunque en menor intensidad) con un patrón de Externalidad. Así, un bajo estatus socioeconómico no se asoció a mayor implicación en conducta antisocial cuando se trató de sujetos con bajos niveles de «desinhibición». Ello sugiere, al menos , una interesante reflexión: el estatus socioeconómico de las chicas necesita del disparador de ciertas características de personalidad para influir decisivamente en los niveles de conducta antisocial, configurando así una suerte de curiosa paradoja: esto es, las clásicas suposiciones antipersonalidad de la retórica antiindividualista de la criminología clásica solo se cumplirían (parcialmente) si estuvieran presentes, precisamente, ciertas características de personalidad (Véase al respecto Sobral, Romero y Luengo, 1997)
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Conclusiones
Considerándolos de un modo global, muchos de los resultados de este estudio sintonizan con los hallazgos de aquéllos que, hasta ahora, han tenido algún éxito en la tarea de establecer asociaciones consistentes con conducta antisocial y/o delincuencia: variables inscritas en el contexto familiar (sobre todo aquéllas que hacen referencia a las percepciones que los propios sujetos tienen sobre sus vínculos afectivos y las concernientes a las tácticas disciplinarias), algunos procesos desarrollados en el ambiente escolar y cierto grado de implicación con grupos de iguales antisociales.
En cuanto a la vieja discusión acerca de la ubicación más adecuada en el puzzle de la pieza socioeconómica, la relación del estatus socioeconómico con conducta antisocial fue muy débil y, lo que creemos más importante, resultó estar fuertemente modulada por características de personalidad tan «temperamentales» como la Impulsividad y la Búsqueda de sensaciones. Este es, a nuestro juicio, un punto crucial para el diseño de un panorama integrado en asuntos de esta naturaleza: las diatribas entre nature y nurture serían mucho más eficientes y clarificadoras si, según el asunto puesto a discusión, se analizaran las interacciones que se establecen entre aquellos factores procedentes de cada universo relevantes a tal asunto. Pero de modo pormenorizado, casi minimalista, huyendo de las grandes declaraciones sobre principios tan elocuentes como inútiles acerca de la importancia de los análisis de la interacción.
Por otra parte, y en lo tocante a la influencia de ciertas características de personalidad sobre las conductas antisociales y/o delictivas autoinformadas, nuestros resultados son muy expresivos: el poder predictivo de la Impulsividad y de la tendencia a la Búsqueda de Sensaciones fue muy intenso. La Autoestima y la Empatía (factores sociocognitivos) se mostraron como factores de protección, con fuertes asociaciones negativas con la conducta antisocial; pero es que, además, ahora sospechamos razonablemente que esos factores tienen una profunda capacidad para intermediar los efectos de algunas variables psicobiológicas tales como la propia Búsqueda de Sensaciones, la Impulsividad y el Psicoticismo (Baron y Kenny, 1986;Romero et al., 1999b).
En otro orden de cosas, este estudio muestra la existencia de unas interacciones muy intensas cuantitativa y conceptualmente muy importantes. Fundamentalmente, aquéllas que se producen entre personalidad, conducta antisocial y factores contextuales (psicosociales y socioeconómicos). Concretamente, la Búsqueda de Sensaciones, la Impulsividad y la Externalidad (para el fracaso personal) modulan intensamente los efectos familiares, escolares, grupales (en chicas) y socioeconómicos sobre la conducta antisocial. De hecho, en la mayor parte de los casos, estas variables de personalidad parecen amplificar los efectos de los factores contextuales: en presencia de lo que hemos denominado «patrón desinhibido» (sujetos impulsivos, buscadores de sensaciones) y/o de «externalidad», es cuando resultan máximos los efectos perniciosos de los elementos familiares, grupales, escolares y socioeconómicos (con la única excepción antes mencionada y explicada de la interacción concreta entre alta externalidad y medidas disciplinarias en el grupo de las chicas). Es más, en algunos casos la influencia de las variables contextuales desaparece cuando los niveles de los sujetos en estas variables de personalidad son bajos; por ejemplo, en el grupo de los chicos las malas relaciones percibidas entre los padres no muestran efecto alguno sobre la conducta antisocial cuando la tendencia a la búsqueda de sensaciones es escasa.
Igualmente, en las chicas, el escaso apego a los padres no presenta relación significativa con la conducta antisocial cuando ellas muestran bajos niveles de impulsividad. Más aún, el bajo estatus socioeconómico no muestra ninguna asociación relevante con lo antisocial si la búsqueda de sensaciones es baja o moderada. Por lo tanto, todo parece sugerir que ciertas variables de personalidad funcionan como factores de protección en ciertas situaciones de riesgo psicosocial y como factores de riesgo en la mayor parte de las situaciones.
Todo ello parece indicar la necesidad de integrar adecuadamente los análisis de lo personal (psicobiológico y sociocog n i t ivo) con lo contextual (micro y macro). La tarea no es sencilla, sin duda: determinar «qué interactúa con qué, cuando y con qué intensidad».
Pero, para empezar, parece un buen camino huir de los metapostulados aditivistas acerca de los efectos acumulados de una serie de factores evaluados aisladamente. Una de las tareas más importantes para el futuro será, probablemente, el estudio de las mutuas determinaciones entre factores psicobiológicos y sociocognitivos (por lo que toca al ámbito de la personalidad, con una atención muy especial al estatuto de esta relación en diferentes etapas evol u t ivas) y entre ambos y los factores contextuales. Cada vez se hacen más necesarios estudios longitudinales que utilicen indicadores múltiples en la evaluación de los diferentes constructos. Solo así parece posible avanzar en una comprensión más cabal de un fenómeno tan complejo como el de la conducta antisocial, en sentido amplio, y de los comportamientos delictivos en particular. Y no deberíamos olvidar que la naturaleza ofrece una categorización que a menudo se ha olvidado en este y otros muchos campos de la psicología y de otras ciencias sociales: las dife rencias de sexo / género deben estar presentes en el diseño e interpretación de los productos de la investigación. En último término, si queremos tener cada vez más éxito en la tarea de diseñar programas de prevención y/o rehabilitación deberíamos recordar que necesariamente tienen que ir dirigidos a individuos concretos, no a meras abstracciones estadísticas. Y, para ello, es imprescindible mejorar nuestro conocimiento acerca de la combinación interactiva de factores y de su eventual traducción en marcos de riesgo o de protección. En este trabajo se ofrecen muestras del poderoso papel que en este complejo sistema parecen jugar algunas dife rencias individuales; de ellas parece depender en medida nada desdeñable la mayor o menor vulnerabilidad a ciertos factores del entorno. En las ciencias sociales se ha argumentado hasta la saciedad acerca de la enorme capacidad de lo «exterior» al individuo (lo sociocultural, lo económico, las representaciones colectivas y/o sociales…) para conformar a éste, para diseñarlo, esto es, para construirlo en algún modo a imagen y semejanza, adoptando un enfoque que nunca ha dejado de tener resabios teológico s: la sociedad, el mundo exterior, conve rtido en un nu evo «deus ex machina» productor, instigador morfogénetico, es decir, «creador». Tenemos la impresión que mucho de todo ello, además de intuitivo, es ontológicamente cierto; ahora bien, estamos también persuadidos de que ha habido una cierta negligencia, un cierto olvido acerca de otra perspectiva: lo persona l ,
lo individual, como materiaprima de la construcción social; en otras palabras, se ha insistido mu cho en la construcción social de lo personal, pero no tanto en la construcción personal de lo social.
Ciertamente, la burbuja ambiental nos nutre selectivamente, nos proporciona ladrillos indispensables para nu e s t ra edificación personal. Pero convendría preguntarnos si no es igualmente cierto que el mundo se configura de una manera y no de otra de modo no casual; no hay una suerte de ruleta rusa de la construcción de lo social. Más bien parece que el mundo puede ser entendido, al menos en parte, como una arquitectura que la evolución ha propiciado para servir a propósitos individuales (es decir, de los individuos de la especie). Así entendida, la relación entre lo individual y lo social se nos muestra más equilibrada; frente al sociologicismo estructuralista y al psicologicismo más reduccionista, contamos con el (los) individuo(s) que son a la vez destinat a rios del mundo que ha(n) diseñado. Como en las paradojas del carcelero encarcelado o del cazador cazado, las personas ejercemos de ap rendices de brujo, y construimos mundos que permiten a sus propios creadore s
( nosotros mismos) devenir en víctimas.

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Aceptado el 10 de julio de 2000

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