martes, 14 de junio de 2011

Los jóvenes agresivos disfrutan haciendo daño a los demás.Yaiza Martínez

Registros neuronales de adolescentes violentos revelan activación del área de la recompensa cerebral ante el sufrimiento ajeno.
Los casos de adolescentes que han hecho daño a otras personas invaden los medios de comunicación sin que sepamos muy bien lo que está ocurriendo. Ahora, un estudio realizado por la Universidad de Chicago en el que se utilizó la tecnología fMRI para medir la actividad cerebral de jóvenes violentos, ha revelado que éstos podrían disfrutar realmente con el sufrimiento ajeno. Los científicos esperan con esta investigación comprender mejor un tipo de desorden de conducta que supone que los adolescentes cometan atrocidades hacia otros y, en ocasiones, también hacia ellos mismos.


Los comportamientos violentos de las personas jóvenes suelen sacudir las conciencias, por lo inexplicable que parecen. En España, recientemente la Audiencia de Barcelona ha condenado a 17 años de prisión a dos jóvenes que quemaron viva a una indigente en un cajero automático de Barcelona en 2005, mientras que, hace tan sólo unas semanas, nos despertábamos con la noticia del asesinato de una adolescente en Ripollet, a manos de dos menores.

¿Qué mueve a estos jóvenes a realizar tan brutales actos? Al parecer, según señala un estudio reciente realizado por la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, podría ser el placer.

Según reflejaron los registros de imágenes de la actividad cerebral realizados a una serie de menores definidos como “violentos”, mientras éstos veían en una pantalla imágenes de personas sufriendo algún tipo de dolor físico, los jóvenes demasiado agresivos realmente disfrutarían infringiendo daños a otros.

Sufrimiento y recompensa

El director de la investigación, el profesor de psicología y psiquiatría de la Universidad de Chicago, Jean Decety, declaró en un comunicado emitido por dicha universidad: “ésta es la primera vez que las exploraciones de resonancia magnética funcional (fMRI) se utilizan para estudiar situaciones que podrían provocar empatía”.

Por otro lado, señaló Decety, “este trabajo nos ayudará a comprender mejor la forma de trabajar con jóvenes con tendencias agresivas y violentas”.

La tecnología fMRI mide la respuesta hemodinámica relacionada con la actividad neuronal del cerebro, y es una de las más novedosas técnicas de captación de neuroimágenes.

Gracias a ella, los científicos pudieron constatar que los cerebros de los jóvenes violentos mostraban una actividad extra en un área relacionada con la recompensa, cuando éstos veían un vídeo de alguien infringiendo daño a otra persona. Los cerebros de los jóvenes de un grupo de control –jóvenes que no tenían un comportamiento agresivo- no mostraron en cambio esta respuesta ante las mismas imágenes.

En el estudio, los investigadores compararon a ocho chicos de entre 16 y 18 años con desórdenes de comportamiento agresivo con otro grupo de control formado por ocho chicos que no habían dado señales de agresividad. Los adolescentes del primer grupo fueron seleccionados por haber cometido actos violentos como provocar peleas, hacer uso de un arma o cometer robos tras enfrentarse a sus víctimas.

Regiones del placer

Todos los participantes fueron analizados con fMRI mientras observaban vídeos en los que la gente soportaba algún dolor físico, producido por accidente –como cuando algún objeto pesado cae sobre una mano-, o provocado de manera intencionada, como cuando una persona da un pisotón a otra adrede.

Según Decety, “los adolescentes agresivos mostraron una muy fuerte activación específica en las regiones cerebrales de la amígdala cerebral y del cuerpo estriado cuando vieron el dolor infringido a otros, lo que sugiere que habrían disfrutado mirando el sufrimiento ajeno”.

La amígdala es un conjunto de núcleos de neuronas localizadas en los lóbulos temporales del cerebro, cuyo papel principal es el procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales.

El cuerpo estriado, por su parte, se encuentra en la base del cerebro y en la parte externa de cada uno de sus ventrículos laterales y es un área que responde al sentimiento de gratificación.

Por otro lado, y a diferencia de los jóvenes del grupo de control, en el cerebro de los adolescentes con desórdenes de conducta no se activó el área relacionada con la auto-regulación, situada en la corteza prefrontal media y en la interesección temporoparietal.

Desorden de conducta

Según explican los científicos en el artículo original de esta investigación, aparecido en la revista Biological Psychology bajo el título "Atypical Empathetic Responses in Adolescents with Aggressive Conduct Disorder: A functional MRI Investigation", el desorden de conducta (CD) es un desorden mental grave de niños y adolescentes que se caracteriza por presentar un patrón duradero de violaciones de reglas y de leyes.

Entre sus síntomas se incluyen las agresiones físicas, las mentiras manipuladoras, los robos, las violaciones, las intimidaciones, los ataques a la propiedad o las escapadas de casa.

Los investigadores señalan que este desorden mental es un problema de salud pública de máxima importancia porque los jóvenes que lo desarrollan no sólo pueden dañar seriamente a otros sino que, además, pueden acabar ellos mismos sufriendo depresión, abuso de drogas o muerte por homicidio. Los niños y jóvenes que padecen CD pueden acabar incluso suicidándose

Por otro lado, el CD es el principal precursor del desorden de personalidad antisocial en la etapa de adultos, por lo que existe la imperante necesidad de comprender los procesos biofisiológicos que lo desencadenan.

Empatía innata perdida

Decety es un experto en empatía y neurociencia social internacionalmente reconocido. Ya hablamos de sus trabajos en otro artículo de Tendencias21 en el que, curiosamente, el científico demostró, utilizando la misma técnica de exploración cerebral (la fMRI), que los niños sufren de la igual forma que los adultos por el dolor ajeno, es decir, que al ver a alguien sufriendo dolor físico, presentan las mismas respuestas neuronales que los adultos, y en las mismas áreas cerebrales.
 Estos resultados apuntarían, por tanto, a que la empatía tiene un factor innato, que no depende sólo de la educación recibida. Según señaló Decety entonces, la “programación” cerebral para la empatía estaría definida de un modo predeterminado e inamovible en los cerebros de los niños de desarrollo normal.

A dónde va entonces dicha empatía cuando los niños se convierten en jóvenes con CD, y cómo podrían evitarse las atrocidades que presenciamos a manos de quienes deberían ser más inocentes que los adultos, es lo que intentan descubrir los científicos.

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