lunes, 28 de noviembre de 2011

EL ADOLESCENTE Y LA VIOLENCIA. REFLEXIONES CLINICAS*. Luis M. Feduchi**


El concepto de violencia que usaré a lo largo de ésta comunicación, se refiere a la expresión destructiva de la agresividad dirigida hacia el objeto. La violencia tiene como finalidad última, por lo tanto, la destrucción o el dominio del otro por medio de un acto de fuerza. En este sentido utilizo más un término sociológico que psicológico, como podría ser agresividad, instinto de muerte u odio.Tomo el término violencia como lo escuchamos en la clínica: como un síntoma que presenta el adolescente y que le preocupa a él o a su entorno.
En los meses que han transcurrido, desde que me ofrecieron el colaborar en éste Congreso sobre este tema, hasta hoy, pienso que ha aumentado la inquietud en la sociedad, o al menos los medios de comunicación han dedicado muchos espacios a los problemas de la violencia juvenil. Esta alarma social presiona sobre las Instituciones y los profesionales que trabajamos con esta población y nos compromete a reflexionar y hallar respuestas que ayuden y contengan estas ansiedades. Mi deseo, por tanto, es intercambiar impresiones sobre el fenómeno de la violencia, y hacerlo desde la clínica, que es el campo en el que me desenvuelvo.
La violencia tiene su manera de expresarse en todas las etapas del desarrollo; esto, que es obvio, es algo que acostumbro a incluir siempre que me refiero a algún tema sobre adolescencia, porque la tendencia de la sociedad es atribuir a esta población la causa de todos los males, la droga, delincuencia, accidentes, etc.
Existen múltiples factores desencadenantes de violencia en la adolescencia: defensas narcisistas o paranoides, celos o envidia, intolerancia a la frustración. Grandes cuadros: delirio, alucinaciones, psicopatía, adicción, perversiones,… Yo voy a tratar de describir dos defensas frecuentes que tiene que ver con las ansiedades que despierta la consecución de una nueva identidad.

Lo voy a hacer a través de algunos fragmentos de material clínico de dos “skin head”, dada la resonancia que en este momento tiene este tipo de movimiento. Sin duda es un problema sociológico, económico, político, cultural, pero que tiene muchas veces un componente, cuando no un desencadenante psicológico, que es donde me voy a detener.
Me telefonea una madre pidiendo consulta para su hijo. Me explica nerviosa que a lo mejor es una tontería, pero nota que su hijo es cada vez más violento. Pega a sus hermanos pequeños, sobre todo al que le sigue, de manera que algún día le hará daño. Le nota más cambiado en todo, de aspecto… Le pregunto la edad, acaba de cumplir 16 años. ¿Cómo ha pensado mi ayuda? El chico quiere consultar porque va mal en los estudios y quiere dejarlos. Le parece bien hablar con alguien que le oriente. Pero lo de violento no se da cuenta.
El muchacho se presenta a la hora que le doy, muy azarado y con la cabeza baja. Lleva el pelo rapado, la cazadora al brazo y bambas. Sólo le faltan las botas para que su aspecto sea el de un skin.
Comienzo diciéndole que sé que le van mal los estudios y que quiere hablar con alguien porque está desorientado.
–Bueno, desorientado no. Yo no quiero estudiar ni hacer nada. Estoy bien así.
–Y ¿luego?.
–No sé… Ahora tengo amigos. Después trabajaré en algo.
–¿Tienes alguna afición?
–Me mira por primera vez y se sonríe.
–Hombre claro, un bar. Montar algo divertido… Antes hay que ganar pelas, pero no hay trabajo. Mis amigos están sin trabajo. Para nosotros no hay trabajo. Hay mucho mangui, mucha gente de fuera.
A partir de aquí hace una larga explicación de todo su pensamiento de contenido xenófobo, con desprecio a otros grupos, y con críticas a la policía que los protege, y termina diciendo: nos lo tenemos que hacer nosotros porque nadie nos va a ayudar.
Hay un largo silencio…
–Tú le dijiste a tu madre que querías hablar con alguien, ¿era de esto?.
–Sí, estas cosas no las saben, no las hablo con ellos.
–No estás bien en casa.
–Pero no me importa… ya me iré.
Otro silencio…
–Y ¿Por qué estás mal?.
–Somos muchos, mis padres, mi abuela, dos hermanos. No hay sitio para nada… Mis hermanos siempre por ahí. Me molestan, se aburren y quieren jugar, me preguntan, me agobian, no me dejan… sobre todo Antonio.
–¿Qué pasa con Antonio?.
–Tiene 12 años y parece un crío de 5. Tiene miedo a todo.
Me cabrea y le atizo. A ver si espabila (se le nota rabioso). No
le aguanto (se agita en el asiento moviendo los pies y golpeando uno contra otro).
Silencio…
–Estas peleas también preocupan en tu casa.
–Es que no se dan cuenta de que le están haciendo un desgraciado. Un niño débil, asustado… Yo le atizo y me quedo tan tranquilo.
Ha pasado media hora, le noto nervioso y envalentonado; decido terminar. Le propongo otra entrevista: me dice: si hombre, de acuerdo…
No es el mismo muchacho azarado del principio.
En la primera parte de la entrevista se podría pensar que se trata de un hermano mayor obligado a serlo por la presencia de dos pequeños y dominado por los celos, casi verbalizados en su discurso xenófobo: me quitan todo, no me hacen caso.
La fantasía de tener un bar correspondería a una defensa más de carácter maníaco: ser él quien despierta necesidad y excitación, y su indumentaria skin le diferencia de sus hermanos, negando así cualquier asomo de celos. Pero a partir del momento que surgen sus hermanos en la entrevista, la hipótesis se dirigiría más hacia la proyección en ellos de partes infantiles que no puede tolerar dentro de él, que le agobian; y al preguntarle por Antonio, sale con toda la fuerza la localización de la proyección: el miedo, la debilidad, la dependencia, como aspectos imposibles de superar y que cualquier adolescente teme que impidan el desarrollo.
A veces estas tendencias regresivas, estancamientos o simplemente la presencia de la parte infantil, son mal toleradas por el entorno, que presiona al adolescente a un ritmo de desarrollo para el cual no se siente preparado o es inadecuado. Esto puede originar otro tipo de violencia y fracasos.
La violencia que yo quiero remarcar proviene de la identificación proyectiva en un objeto que ofrezca un buen soporte, de aquellos aspectos que el adolescente siente débiles y despreciables en él mismo. Para lo cual él necesita adquirir un rol de valor y fuerza demostrable y contar con un objeto al que atacar y tiranizar.
Este mecanismo es frecuente observarlo en relaciones familiares, en grupos de escuela o de barrio, dónde un miembro del grupo recibe los golpes del otro, que a su vez trata de convertirle en la cabeza de turco de todos los demás. Es un funcionamiento tan primitivo que al poco tiempo el propio grupo lo elabora o aísla al individuo violento, que en el mejor de los casos acaba teniendo conciencia de su conflicto.
La identificación proyectiva es un mecanismo inicial para aproximarse a lo desconocido. Lo que la hace patológica es la calidad destructiva de lo proyectado y la permanencia de la identificación.
El mecanismo habitual que utilizamos para comprender lo que pasa al otro es ponernos en su lugar. Cuando a través de este mecanismo volvemos a pensar lo que le pasa al otro nos identificamos con su emoción y la compartimos, es decir, empatizamos, compartes la alegría, la tristeza, el éxito o la injusticia aunque no intervengas tu directamente. Te solidarizas.
Cuando falta el mecanismo de retorno de la identificación, lo proyectado queda incluido en el otro, formando parte del objeto, con lo cual la persona queda aliviada de las ansiedades que le producía aquellos aspectos que le eran intolerables. Ya no se pone en lugar del otro sino que pone en el otro partes de él, es decir, no se solidariza sino que lo ataca, identificándose con lo malo.
Me detengo en describir éste funcionamiento por todos conocido, con la intención de destacar primero que dada la situación de crisis que pasa el adolescente, es un mecanismo al que recurre constantemente y segundo que, como el adolescente es un ser en constante dialéctica con su entorno más próximo, es importante valorar dicho entorno y la respuesta que da a sus identificaciones proyectivas.
La reacción normal e histórica de la juventud siempre ha sido la solidaridad. La solidaridad la ejercen en los grupos de iguales poniéndose en el lugar del que sufre, ayudando y formando piña; lealtad, amistad. Desde la experiencia grupal el joven es capaz de extender esta postura a todos los campos. Es lo natural de la elaboración y del progreso, por eso no es noticia. A veces, sobre todo en este momento de tanta alarma, dan ganas de enumerar los movimientos juveniles contra la guerra, las pruebas nucleares, la prestación civil voluntaria y que debería despertar al menos tanta tranquilidad en la sociedad como miedo despiertan las conductas violentas.
Cuando el entorno no desarrolla adecuadamente posturas ideológicas que permiten al adolescente aceptar sus propias dificultades a través de empatía, es decir, cuando la sociedad se hace intolerante con los débiles o dogmática y maniquea en sus planteamientos, la identificación proyectiva encuentra un caldo de cultivo par acoger los aspectos menos deseados, a la vez que facilita la idealización de lo bueno convirtiéndolo en lo mejor y en lo único.
El segundo mecanismo en el que la violencia hace aparición, está relacionado con las ansiedades que movilizan la pérdida de identidad en la adolescencia.
Voy a ofrecer algunos datos de un muchacho que comentamos en un grupo de trabajo de Delegados de Asistencia al Menor (DAM) del Departamento de Justicia Juvenil.
Se trata de un menor de 15 años al que se le pone una medida de Libertad Vigilada (LV) de 5 meses por participar en una pelea junto a otros muchachos mayores que él, 17 – 18 años, todos ellos cabezas rapadas.
El menor se presenta al delegado (DAM) diciendo que es skin, y con toda la indumentaria, signos, bandera, cinturón de un club de fútbol. Dice que pertenece a las brigadas del Club. Cuando termina de contar todas sus actividades grupales y algunas ideas narradas de una manera muy primitiva –por ejemplo dice “yo soy un facha”– ya no dice nada más.
El DAM le pregunta sobre las peleas, el contesta que no participa, que le denunciaron porque estaba allí. Se aleja un poco pero ni se mete ni se va. En el fútbol tampoco se pone en el campo con todos. Lleva todos los signos pero se va con un amigo a su entrada de siempre y luego a la salida se marcha con el grupo.
Hace pocos meses que va con los skin. Antes no hacia nada. Estaba en casa, bajaba un rato a la calle. La escuela la dejó porque no entendía bien, sobre todo no atendía y se perdía todo. No tenía amigos.
Ahora está bien. Tiene amigos y sabe donde ir. Vive con sus padres. Su madre trabaja muchas horas desde siempre porque su padre está enfermo con un trastorno cardiopulmonar, el lo recuerda siempre en casa enfermo respirando mal. Tiene un hermano mayor de 25 años, también en casa. Cuando él era pequeño su hermano se marchó, al poco tiempo volvió y no hace nada, habla muy poco, le parece que tiene algo mental.
El DAM comenta en el grupo el contraste de la forma de expresarse al comienzo de la entrevista, él es skin, brigada, tiene amigos, con el tono triste y apagado con el que cuenta su situación familiar.
La crisis de identidad que desencadena la irrupción de la pubertad, obliga a las personas a una revisión de todo lo que hasta entonces eran referencias estables: esquema corporal, conocimientos y sentimientos, grupo familiar.
De la elaboración de esta crisis de pérdidas y adquisiciones va a surgir una nueva identidad.
Este proceso, que se ha descrito como elaboración de duelos (duelo por el cuerpo infantil, por la bisexualidad y por los padres idealizados), junto con la adquisición de las nuevas experiencias a través del inicio de la intimidad en el pensar, la pertenencia a un grupo, o las respuestas corporales, va a culminar con una nueva identidad, un nuevo concepto del Yo corporal y relacional y una identificación con un rol social.
Las ansiedades y defensas que se movilizan en éste proceso son importantes cualitativa y cuantitativamente.
Uno de los temores frecuentes se centra en las tendencias regresivas frente a las dificultades fantaseadas o reales de la consecución de algún logro. El adolescente siente un verdadero horror a quedarse anclado en su situación infantil con la fantasía de perder para siempre el tren de sus iguales. A veces las tendencias regresivas son proyectadas al exterior acusando al entorno de su estancamiento o haciendo jugar al grupo externo roles controladores o represores que confirmen la localización de su falta de progreso. Otras veces se puede idealizar la regresión con posturas místicas o conductas adaptativas a los deseos más conservadores del entorno, ayuda en casa, estudios, y por último puede intentarse una pseudoidentidad con la adquisición inmediata de un rol que no exija demasiados compromisos ni riesgos de fracaso. El uniforme o el disfraz es fácil de adquirir, aunque la pertenencia a algunos grupos requiere una estética para la cual no todo el mundo tiene sensibilidad. Otros comparten una ideología elaborada en cuanto a ciertos modelos de sociedad, o una cultura donde la música y la plástica juegan un signo diferencial.
Por lo tanto cuanto más simple es la estética y más primitiva la ideología más fácil es el acceso. Si la violencia es lo opuesto a la estética y al pensar, es fácil entender que ingresar en un grupo de cabeza rapadas no cuestiona tus capacidades de desarrollo y pasas casi automáticamente a disponer de una identidad externa y de una ideología simple donde el bien o el mal no admite dudas.
Este menor, que seguramente no ha tenido posibilidades de introyectar buenas experiencias durante su infancia, llega a la adolescencia desprovisto de elementos que le permitan sentir la pérdida, elaborarla y encaminarse a nuevas experiencias. Se ve amenazado por tendencias regresivas que le conducen a una inmovilidad, como la del padre o a una incomunicación, como la del hermano.
Sus intentos de progreso le llevan a la escuela pero le falla su atención y su entendimiento, da igual cual de las dos motivaciones sea la primera, como le falta motivación para incorporarse al grupo de pares, no siente el deseo de ponerse a prueba.
El ser violento como identidad sólo le exige un disfraz, unas consignas, ritmos muy primitivos, y estar. Así se presenta al DAM con el tono firme de aquel que es, porque la gente le mira y sale en los periódicos.
La clínica además de observar, diagnosticar y proponer soluciones, extrae datos y conclusiones que van configurando los grandes síndromes y cuadros clínicos. Pero la clínica también cumple una función de advertencia y de señalar riesgos, es decir, preventiva, encaminada a enriquecer los programas de higiene y los estudios epidemiológicos.
Las dos situaciones que yo presento, ilustradas con un fragmento de material clínico, refieren una problemática personal y una orientación terapéutica individualizada.
Pero podríamos hacer unas reflexiones que desde la clínica pudieran aportar algún elemento a la comprensión e incluso a la prevención de las conductas violentas.
Por ejemplo, en el primer caso, la madre me telefonea porque la familia no soporta la agresión de su hijo mayor hacia su hermano Antonio y pide ayuda. El objeto “Antonio” donde el paciente proyecta sus partes débiles no deseadas, seguramente es un objeto adecuado para identificar la proyección, pero ni Antonio ni el grupo familiar está dispuesto a transigir con la violencia ni a soportar una tiranía y trata de poner remedio.
El paciente va ampliando su proyección a nuevos objetos, gente necesitada, (xenofobia), con identidad distinta (racismo), y encuentra primero a un grupo que comparte los mismos enemigos y los mismos odios, segundo, unos sectores de entorno más próximo, que con su silencio, y a veces con su complicidad, transigen con ciertas expresiones violentas porque reportan beneficios comerciales, empresariales o ideológicos, y por último unas respuestas globales de la sociedad que no ayudan a convertir la violencia contra el débil en solidaridad. Porque tenemos que reconocer que no estamos precisamente en un momento donde los movimientos solidarios tengan su mejor acogida, ni mucho menos se fomenten.
El segundo muchacho antes de llegar al Departamento de Justicia Juvenil ha pasado por otras muchas instituciones, privadas y públicas. A través de la enfermedad crónica del padre y del trastorno mental del hermano alguien debería haberse interesado por él. La dificultad de entender en la escuela o el absentismo tiene que haber llamado la atención de alguien.
No sé las ayudas que ha recibido este menor, pero todas estas oportunidades que ha tenido la sociedad de atender a este niño, son básicas para facilitar en la pubertad una buena elaboración de la crisis de identidad. La introyección de objetos buenos y capaces permiten la conservación de unos valores que dan seguridad y estímulo para vivir nuevas experiencias. Si no, es posible que domine como único instinto el odio, y su expresión relacional, la violencia, pase a formar los primeros rasgos de identidad.
Todavía este menor, con la rabia como único motor relacional, y huyendo de sus tendencias regresivas y del aburrimiento, otro de los grandes desencadenantes de la violencia, podría encontrar en su entorno maneras de canalizar esos impulsos sin que se tornen puramente destructivos.
Como espectador de fútbol se llama brigada, no hincha o socio. No acaba de participar en la violencia, como en las peleas, pero tampoco puede separarse pues le protege de la soledad y del aburrimiento. Alistarse en las brigadas y ser reconocido como tal es, por tanto, una necesidad.
El DAM iniciará un proyecto educativo con el menor que le ha sido encomendado durante el período que dura la medida de L.V. Una de sus actividades es buscar un recurso que facilite el desarrollo de aquellas cualidades globales que le permitan realizar posibilidades individuales y sociales que no ha tenido ocasión de verificar.
Se trata de encontrar junto con el menor una actividad en que se vea realizando algo que le interese, le permita tener iniciativa y le enganche, es decir encuentre una gratificación. No importa que la actividad sea práctica, tenga futuro, o tenga un contenido pedagógico. Puede ser un deporte o un taller, una salida en grupo o cuidar de animales. Lo que se intenta es que el adolescente tenga oportunidad de verificarse en algo que él desea o piensa y que nunca puede hacer, lo haga junto con otros, y tenga un monitor que le instruya y le oriente.
Si esta primera prueba tiene éxito, luego vendrán otras propuestas.
Estas experiencias son bien acogidas por los menores y en número elevado, abren paso a otros programas más elaborados.
Si pensamos que se trata de menores que ya han delinquido y que la acogida de este proyecto educativo viene impuesta, ¿qué pasaría si estos programas se ofrecieran voluntariamente y antes de acudir a la violencia o al delito por falta de identidad?
He dejado de lado los grandes cuadros psicológicos y psiquiátricos generadores de violencia como la psicosis o los trastornos graves de la conducta, primero porque no son tan específicos de esta etapa evolutiva, y además porque no es tan fácil detectar su dialéctica con el entorno, como en estas dos defensas una encaminada a librarse de aspectos que ponen en peligro el desarrollo, usando la violencia contra esos aspectos localizados fuera mediante la identificación proyectiva y la otra adquiriendo el rol de violento contra la ansiedad de la pérdida de identidad y la imposibilidad de se alguien so pena de quedarse solo para siempre.
Además pienso que son defensas bastante fáciles de diagnosticar en la consulta más cotidiana.
Y por último porque creo que son dos defensas en que el entorno está tan involucrado que puede intervenir neutralizando la violencia, o puede facilitarla, e incluso articularla. 



* Ponencia presentada en el IX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente celebrado en Sevilla del 10 al 12 de  noviembre de 1995 bajo el título: “Sufrimiento corporal y desarrollo psíquico: enfermedad y violencia en la infancia”.
** Psiquiatra. Psicoanalista Sociedad Española de Psicoanálisis.



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